Ucrania suma y sigue
Lo que el país invadido ha logrado en este último año solo puede ser calificado como impresionante, pero nada de eso le garantiza el logro de su objetivo último, obligado a depender de la voluntad de actores externos que en ningún caso sabe hasta dónde llegarán
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Nueve años después del inicio de la guerra y uno desde que Vladimir Putin decidió invadir el país, Ucrania encara el inmediato futuro con una mezcla de visible orgullo y de no menos manifiesto temor.
Por un lado, puede presentarse al mundo como un extraordinario ejemplo de resistencia ante un enemigo muy superior, no solo soportando su embestida, sino incluso siendo capaz de tomar la iniciativa en el campo de batalla, en el marco de una guerra en la que está en juego su propia existencia. Por el camino, ha demostrado una considerable capacidad de gestión gubernamental en medio de una hecatombe violenta que ha generado más de 6,5 millones de refugiados y otros tantos desplazados internos, con el añadido de innumerables víctimas y una destrucción física de infraestructuras de todo tipo, como resultado de la brutal estrategia rusa de aplastamiento.
Y aunque son igualmente notables las asignaturas pendientes que lastran su imagen- con una fractura social de carácter estructural, déficits democráticos nada desdeñables y una crisis económica que ya era grave antes de la invasión y que ahora lo es aún más, tras una caída del PIB en torno al 35% a finales del pasado año-, son muchas más las que ha aprobado. Sirva la puntualidad de sus ferrocarriles en tan difíciles circunstancias, su manejo de la propaganda de guerra, su capacidad para movilizar a buena parte de la comunidad internacional a favor de su causa, así como su destreza para dominar en muy poco tiempo un material militar cada vez más sofisticado, como simples ejemplos de ello.
En contraposición, los ucranianos no pueden olvidar que son netamente inferiores a sus invasores, tanto en potencial demográfico como en su base industrial y, por tanto, saben que el tiempo puede jugar muy pronto en su contra si la guerra se prolonga mucho más. Igualmente, son conscientes de que, por sí solos, no cuentan con los medios necesarios -ni humanos ni materiales- para poder cumplir su sueño de recuperar la plena integridad territorial, expulsando a los rusos de toda Ucrania, península de Crimea incluida. De ahí que el mayor temor que pueden albergar- junto con el sufrimiento que supondría una escalada rusa más allá de la ofensiva que lleva desarrollando desde finales de enero, traspasando el umbral nuclear- es el de que quienes hasta ahora han decidido apoyarlos económica y militarmente pongan límite a su respaldo, forzando a Zelenski a aceptar las condiciones impuestas desde Moscú para acordar una paz que sería precaria.
Lo que Ucrania ha logrado en este último año solo puede ser calificado como impresionante, si se tiene en cuenta tanto su escaso rendimiento militar en los ocho años anteriores de guerra, centrada básicamente en el Donbás, como la imagen que transmitía en principio un invasor que contaba con las supuestas segundas fuerzas armadas más poderosas del planeta. Pero nada de eso le garantiza el logro de su objetivo último, obligado a depender de la voluntad de actores externos que en ningún caso sabe hasta dónde están dispuestos a llegar. Y, por supuesto, tampoco cabe imaginar que Putin vaya a cejar en su empeño militarista, abandonando una casilla del tablero geopolítico que considera un interés vital en su intento por evitar una pérdida tan notable como Crimea y por volver a ver a Rusia reconocida como una potencia global. En definitiva, lo más previsible es que, por desgracia, la guerra siga y que muy pronto a la ofensiva rusa en marcha le siga una respuesta ucraniana tanto o más contundente.
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