Artículo de Salvador Macip

La hora de reflexionar

No debemos desperdiciar el conocimiento adquirido a través de la experiencia traumática del covid, porque si algo tenemos claro es que, tarde o temprano, deberemos utilizarlo

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Salvador Macip

Salvador Macip

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Estos días, el Ayuntamiento de Barcelona ha inaugurado la exposición ‘Memorias de la pandemia’, ideada por Jordi Mir Garcia y João Francia, con el objetivo de recoger las vivencias de varios ciudadanos durante los momentos más duros de la pandemia. El proyecto incluye unos debates, en los que tendré el honor de participar, para reflexionar sobre el impacto social del covid-19 y ver qué hemos aprendido. Iniciativas como estas son ahora esenciales para que no desperdiciemos el conocimiento que hemos adquirido a través de una experiencia tan traumática, porque si algo tenemos claro es que, tarde o temprano, deberemos utilizarlo.

Quizá la próxima gran crisis de salud planetaria no nos quede tan lejos como quisiéramos. Por ejemplo, la amenaza de que la gripe H5N1 pase de las aves a los humanos y cause una pandemia que probablemente tendría consecuencias mucho más devastadoras que el covid, por lo agresivo que es este microorganismo, lleva años presente, pero se ha reavivado con fuerza en las últimas semanas después de que se descubriera un brote en una granja de visones de Galicia, porque es la primera prueba de que el virus puede transmitirse entre mamíferos. Viendo el desastre de la respuesta global al covid, deberíamos estar muy interesados en hacer los deberes lo antes posible, pero en lugar de eso, nos comportamos como aquel estudiante que va al examen confiando en que no le preguntarán el tema que no ha tenido tiempo de repasar.

Tal y como decía un ambicioso documento publicado por la OMS hace un par de semanas con el objetivo de buscar acuerdos internacionales, hemos sido incapaces de demostrar solidaridad y equidad cuando hemos tenido que enfrentarnos a un enemigo contra el que no estábamos bien preparados. Un solo dato es suficiente para ilustrar el fracaso: el 73% de la población de los países ricos ha recibido al menos una dosis de la vacuna, mientras que esta cifra es solo del 31% en los países pobres. Este mes empezarán una serie de reuniones para intentar llegar a un consenso que nos permita encarar la próxima crisis con más garantías. Las iniciativas de la OMS son bienintencionadas, pero sin el poder necesario para hacerlas efectivas, a menudo acaban convertidas en papel mojado.

Es necesario que ahora todos nos impliquemos en este análisis de errores y aciertos, algo que pocos parecen dispuestos a hacer, empezando por los políticos. En este sentido, en Catalunya, tenemos un documento bastante único: el dietario del presidente Quim Torra, entonces al frente del Govern que se enfrentaba al covid, escrito en caliente durante el pico de la pandemia y publicado después en dos volúmenes. No me consta que ningún otro dirigente haya producido una reflexión similar y, a pesar de su deliberada subjetividad, es un texto que contiene datos relevantes para entender qué evitar a la hora de organizar la gestión de una crisis tan compleja. Necesitamos más análisis de este tipo.

Pero también se llevó el debate a un público más amplio. Hace unas semanas participé en una conferencia organizada por el Club de Roma donde, precisamente, hablábamos con el filósofo Francesc Torralba, moderados por Jaume Lanaspa, de cómo debemos hacer frente, conjuntamente como sociedad, a los retos que se avecinan. La sala la llenaba público de todo tipo, que en la tanda de preguntas demostró un nivel de implicación muy elevado, pero era notoria la ausencia de jóvenes. La conferencia y la clase magistral han funcionado durante milenios como una de las maneras más eficaces de transmitir conocimiento, pero la tecnología ha hecho que las nuevas generaciones, acostumbradas a consumir formatos breves y rápidos, las rehúyan. No es extraño, pues, que en los debates no participen quienes precisamente tendrán que buscar soluciones a los problemas globales que se avecinan.

Esto no significa que el futuro del planeta esté en manos de una juventud apática. Se ha demostrado que, cuando se usan los canales y líderes adecuados para transmitir el mensaje, pueden reaccionar de forma coordinada y efectiva, como vimos hace unos años en las protestas contra la emergencia climática. Tenemos el mismo problema que han tenido todas las generaciones, pero quizá más agudo: debemos encontrar formas de hablar a los jóvenes en su lenguaje. Y, además, debemos esperar a que quienes han adquirido suficiente estatus para poder influir en sus reacciones acudan a las fuentes de información adecuadas para poder tomar decisiones basadas en datos sólidos. Y aquí volvemos al principio: si no creamos espacios de reflexión poscrisis, como el que propone el ayuntamiento, e invitamos a expertos y pensadores de todos los ámbitos para que analicen y generen respuestas, nunca dejaremos de cometer los mismos errores.

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