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Barcelona da un paso atrás

Romper el hermanamiento con Tel Aviv olvida el papel de la diplomacia de las ciudades para sortear los intereses de Estado

ada colau

ada colau / Zowy Voeten

La ruptura del hermanamiento con Tel Aviv decidido por la alcaldesa de Barcelona no solo supone una decisión polémica, por la forma en cómo se adoptó, sin pasar por el pleno. O por no diferenciar la política de un Estado que viola los derechos de los palestinos con la personalidad de una ciudad que resulta ser la más abierta de Israel. Constituye un paso atrás en la llamada diplomacia de las ciudades, de la que la capital catalana había sido pionera desde la época de Pasqual Maragall. De acuerdo con los fundamentos de esta diplomacia subestatal, los argumentos esgrimidos por Ada Colau para suspender el acuerdo tripartito entre Barcelona, Tel Aviv y Gaza deberían servir para todo lo contrario, esto es para reforzar los lazos entre las tres ciudades. Sostiene la alcaldesa que la represión ejercida por el Gobierno israelí contra los palestinos y la falta de cumplimiento de los derechos que estos tienen reconocidos por Naciones Unidas es la razón de la suspensión. Con ello, contraviene aquello que es la esencia misma de los vínculos entre municipios, su capacidad de superar los límites que constriñen las relaciones entre gobiernos. La llamada diplomacia de las ciudades fue ideada, precisamente, como una manera de sortear los intereses de Estado y las violaciones flagrantes de los derechos humanos que estos cometen, como ocurre con la ocupación sistemática por parte de Israel de tierras palestinas.

Sorprende que una formación política como los Comuns, que aspira a ser reconocida por otorgar a los ayuntamientos un rol especifico en la escena internacional, se haya dejado llevar por una visión tan cortoplacista que es imposible desvincularla de los tiempos preelectorales que vive Barcelona. Más que actuar en defensa de los palestinos, lo que ha hecho Colau ha sido sacrificar una oportunidad, por pequeña que sea, de intervenir a favor del diálogo a través del acuerdo tripartito firmado con Gaza y Tel Aviv en 1998. La alcaldesa ha echado por la borda una larga tradición de cooperación basada en el protagonismo que adquieren las ciudades en un mundo globalizado que erosiona el papel de los estados nación en beneficio de otros actores. 

Aducir una pretendida solicitud del alcalde de Gaza de romper las relaciones con Tel Aviv, o exhibir los aplausos comprensibles de muchos palestinos hastiados de la política israelí no ayuda a entrar en el fondo de la cuestión. Si las relaciones entre ciudades tuvieran que supeditarse a las políticas de Estado, Barcelona tendría que haber suspendido las relaciones con Isfahán, una ciudad iraní donde un futbolista se enfrentó recientemente a una condena de muerte por defender la libertad de las mujeres de su país. Resulta paradójico que la decisión de Ada Colau coincida con la actitud del Likud que ha estado en contra, desde el primer día, del acuerdo que suscribió el alcalde de Tel Aviv. La historia reciente ha demostrado que el aislamiento absoluto de regímenes que vulneran los derechos humanos no surte los efectos deseados. Para favorecerlos en Israel y Palestina, y defender a quienes están a favor de la convivencia de dos estados, respetando los acuerdos de la comunidad internacional, siempre es mejor promover la cooperación cultural, social y económica entre ciudades que buscar unos momentos de notoriedad cortando todos los vínculos.