Cuando sea mayor, ¿me cuidarás?
Sin ofrecer lugar, valor o autoridad moral a nuestros mayores, el salto al maltrato es relativamente corto
Sílvia Cóppulo
Periodista y psicóloga.
Licenciada en Psicología y Doctora en Comunicación. Profesora de Comunicación en la Universitat de Barcelona
De repente, mirando al horizonte desde el jardín, me asaltó el futuro: Cuando sea mayor, ¿me cuidarás? Claro, mamá, como cuidamos ahora a la abuela, me respondió mi hijo con ojos asombrados. Íntimamente sentí un cierto alivio.
Nuestro PERIÓDICO señala que su principal objetivo son las Personas, así, en mayúscula, seguido del Planeta y del Progreso. Lo aplaudo. Pero creo que hay otra P, que, a falta de valores éticos, amor y mirada larga, condiciona el valor que otorgamos a las personas. Es la P de Poder económico y de Prestigio y Posición social, que derivan de la Producción laboral. O la pérdida de ellos después de la jubilación, acentuada cuando la autonomía personal puede verse mermada por la falta de salud o el deterioro físico. Decae entonces también el Protagonismo; es decir, el rol social, familiar y económico que otorgamos a los mayores en nuestras sociedades urbanas. Sin ofrecerles lugar, valor o autoridad moral, el salto al maltrato es relativamente corto: maltratos físicos, emocionales, negligencias, abandonos, abusos sexuales y abusos financieros.
Según la ONU, una de cada seis personas mayores de 60 años sufre abuso. Más de 141 millones de personas en todo el mundo. Por ello, reconoce un día anualmente para concienciarnos sobre el abuso a las personas ancianas. Y combatirlo, añadiría yo. Un maltrato especialmente ejercido sobre las mujeres mayores, que es ocultado tanto por abusadores como por abusados. Quien maltrata es precisamente el entorno más próximo: familia o cuidadores en las residencias. Las víctimas, avergonzadas y minimizadas por los abusos, ven flaquear su identidad y sus ganas de vivir. Como si haber vivido les hiciera culpables de llegar a la vejez.
Es paradójico, vivimos más. Las personas mayores conforman una categoría social cada vez más numerosa. Pero, si no somos capaces de reconocer la sabiduría que encarna la experiencia, o al menos de tratar bien a las personas que han dedicado tanto tiempo a la familia y a la sociedad, estamos condenados. Donde no hay respeto para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.
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