Artículo de Ernest Folch

Bancos que ofenden

La banca está ahora mismo en un punto crítico de aceptación social

Archivo - Edificio de la sede de BBVA en Madrid, conocido como ‘La Vela’, a 22 de abril de 2021, en Madrid.

Archivo - Edificio de la sede de BBVA en Madrid, conocido como ‘La Vela’, a 22 de abril de 2021, en Madrid. / Isabel Infantes - Europa Press - Archivo

Ernest Folch

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Los seis grandes bancos que cotizan en el Ibex 35 anunciaron un beneficio récord sumado de casi 20.000 millones de euros en 2022. Curiosamente, una de las principales causas de estos márgenes estratosféricos ha sido la subida de tipos como consecuencia de la inflación, que a la vez es el factor que ha provocado la pérdida de poder adquisitivo de familias y empresas pequeñas y medianas. En un momento en el que la sociedad se ve obligada a apretarse el cinturón por culpa de la sangría del aumento de las hipotecas, ver como los bancos nadan en la abundancia no es precisamente el mejor mensaje para mejorar su popularidad.

Cierto, los bancos están por definición señalados y a veces incluso estigmatizados, pero los principales culpables del deterioro de su imagen son ellos mismos: sus sospechosas ruedas de prensa, preparadas por sesudas agencias de comunicación, parecen tener como único objetivo contentar a los mercados y deprimir al resto de la sociedad, que ve como son incapaces de elaborar ningún mensaje que no sea el de la acumulación y la codicia. A estos ejecutivos que nos exponen sus beneficios como quien canta el Gordo de Navidad ha llegado el momento de refrescarles un poco la memoria.

Por ejemplo, que el rescate del sector bancario costó a los españoles más de 58.000 millones de euros, de los que según el FROB apenas se ha recuperado el 10%. Por ejemplo, que desde la crisis de 2008 han cerrado en España la friolera de 15.000 oficinas, dejando a pueblos enteros abandonados sin ninguna sucursal. Por ejemplo, que la restricción de los horarios de atención al público combinada con la virtualización de los servicios ha dejado a millones de abuelos vergonzosamente desatendidos. Por ejemplo, que se han perdido en los últimos años más de 100.000 puestos de trabajo, no porque hubiera causas objetivas, sino puramente para engrosar los beneficios.

Los bancos han pasado en los últimos años por sucesivas crisis de credibilidad y prestigio. La desaparición de las cajas de ahorro, que al menos retornaban a la sociedad una parte de sus beneficios, ha abierto paso a entidades financieras puras y duras, que parecen actuar como entidades lucrativas a las que solo les importan sus ganancias. El colmo de esta actitud ha sido la reacción de la banca a la tasa financiera que le impuso el Gobierno y que supondría, al menos, un retorno a las arcas públicas de unos 1.000 millones: las grandes entidades del sector reconocen sin ponerse coloradas que están estudiando presentar una demanda para no tener que pagar este impuesto el mismo día que presentaban sus estratosféricos beneficios.

Y es que la banca está ahora mismo en un punto crítico de aceptación social. O demuestra que quiere devolver a la sociedad una parte de lo que le debe, o su imagen se deteriorará irreversiblemente. O acepta que tiene que pagar la tasa financiera, que sus ganancias tienen que servir también para bajar las comisiones, mejorar sus horarios de atención al público y sus servicios o para que poblaciones enteras no se queden sin oficinas, o perderá su credibilidad. O dejan de pensar exclusivamente en sus accionistas y se ocupan también de sus clientes o no podrán seguir presentando beneficios sin que reciban un merecido rechazo social. A estas alturas ya nadie ni siquiera les discute que puedan hacer beneficios con las nóminas que todo el mundo está obligado a ingresar en sus cuentas: lo único que se les exige es que sean sensibles, equitativos y respetuosos. En el próximo anuncio de beneficios, tengan la bondad de vigilar un poco más sus mensajes ofensivos.

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