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Netanyahu aviva la tensión con los palestinos

El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, durante la rueda de prensa que han ofrecido este lunes en Jerusalén.

El secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, y el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, durante la rueda de prensa que han ofrecido este lunes en Jerusalén. / RONALDO SCHEMIDT / POOL / REUTERS

Albert Garrido

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El primer ministro de Israel, Binyamin Netanyahu, degradó un punto más la posibilidad de dar con una salida para la crisis palestino-israelí a partir del momento en que pactó la formación de Gobierno con un elenco de partidos que cubren todos los registros de la extrema derecha, desde el sionismo confesional al fundamentalismo mosaico más retardatario e incendiario. Herederos de la peor tradición política israelí, que niega el derecho de la comunidad palestina a disponer de un Estado propio, ni siquiera la presencia sobre el terreno del secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, doblega su voluntad de anexionar Cisjordania a Israel mediante una mezcla de presión militar, multiplicación de los asentamientos y modificación a toda velocidad de convenciones democráticas esenciales, entre ellas la independencia de los jueces.

El incursión del Ejército israelí en Yenin la semana pasada, que causó un mínimo de nueve muertos, la subsiguiente respuesta de un comando palestino, que mató a siete personas en una sinagoga, las detenciones y arbitrariedades de todos los días, la ausencia de intermediarios que puedan parar la carrera hacia el abismo, todo cuanto ha sucedido desde que Netanyahu formó Gobierno alimenta los peores temores y procura altavoces a los más radicales de ambos bandos. El líder de un grupo armado en el campo de refugiados de Yenin proclama que aspira a desencadenar la tercera Intifada para que el mundo entero escuche el sufrimiento palestino. El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, que pilota el partido Poder Judío -sionismo religioso-, se prodiga en provocaciones -visita a la explanada de las mezquitas, prohibición de banderas palestinas en Jerusalén- y siembra el odio contra los árabes. Aquí y allá la atmósfera se calienta, enterrado el proceso de paz desde hace años.

El escritor israelí David Grossman publicó el 30 de diciembre un artículo en EL PERIÓDICO que era un lamento por las consecuencias que preveía iba a tener la formación del Gobierno de Netanyahu. “Ellos están aquí. El caos está aquí, con todo su poder de succión. Los odios intestinos están aquí. El desprecio mutuo está aquí, como lo está la violencia cruel en nuestras calles, en nuestras carreteras, en nuestras escuelas y hospitales. La gente que llama al bien mal y al mal, bien, también ya está aquí”, esta fue la descripción que hizo del momento y de la ocupación de Cisjordania. Un escenario dramático del que desapareció hace tiempo la esperanza en un desenlace negociado para un contencioso inacabable: “Alguien nos está hurtando no solo nuestro dinero, sino nuestro futuro y el de nuestros hijos, (…) la posibilidad de ser un país civilizado e igualitario, un país con el poder de asimilar las contradicciones y diferencias, un país que con el tiempo incluso consiga liberarse de la maldita ocupación, que en ocasiones se atisba”.

En cierta ocasión, el político israelí Shlomo ben Ami afirmó que la única salida posible del conflicto era la paz de los valientes, puesto que ni en Israel ni en Palestina era posible -ahora tampoco lo es- que fraguara un doble consenso social que bendijera aquello que finalmente se decidiera para llevar a la práctica la solución de los dos estados. Tal paz debía significar el sacrificio político de los líderes que la concretaran, de ahí su condición de valientes, porque era obvio que deberían afrontar y acaso reprimir la contestación de los más radicales, de quienes en cada bando niegan el derecho a existir del otro. Y claro, era indispensable la implicación explícita y sin reservas de Estados Unidos que, pasados los años y sumados muchos momentos críticos, suele andar por detrás del desarrollo de los acontecimientos (las reuniones de Anthony Blinken con Binyamin Netanyahu y Mahmud Abás, la última prueba).

La fórmula de Ben Ami está tan alejada de la realidad presente como la vislumbrada por el novelista Amos Oz, fallecido en 2018: “El conflicto israelí-palestino ha sido una tragedia, un choque entre una reclamación muy poderosa, muy convincente y muy dolorosa sobre esta tierra y otra reclamación no menos poderosa, no menos convincente. Ahora bien, tal choque entre reclamaciones de derechos puede resolverse de una de esas dos maneras. Existe la tradición de Shakespeare de resolver una tragedia con el escenario lleno de cadáveres donde prevalece la justicia. Pero también existe la tradición de Chéjov. En la conclusión de las tragedias de Chéjov, todos están decepcionados, desilusionados, amargados, desconsolados, pero vivos. Y mis colegas y yo hemos estado trabajando, intentando no encontrar el final feliz sentimental, un amor fraternal, una luna de miel repentina en la tragedia palestino-israelí, sino un final chejoviano, lo que significa un compromiso con los dientes apretados”.

Esa declaración la hizo en la cadena de televisión PBS de Estados Unidos. Pero ese compromiso con “los dientes apretados” tampoco fue posible porque con el paso de los años y la fragmentación imparable de la política en Israel han ocupado el puente de mando los partidos menos dispuestos a ceder, menos comprometidos con la defensa de la democracia, más inclinados a depositar todo el poder en el Parlamento, a dejar sin efecto las resoluciones de los jueces que les sean desfavorables y que, sin embargo, son fundamentales para preservar el principio de legalidad y la división de poderes en un país que carece de Constitución. De tal manera que es bastante exacto considerar que Israel se halla a un paso de adentrarse en una crisis sistémica que se ajusta a las necesidades de Netanyahu, con varias causas por corrupción en los tribunales, cuyas eventuales sentencias condenatorias dejarían de afectarle si tales resoluciones perdiesen el carácter de obligada aplicación y cumplimiento.

Los partidos mosaicos favorecen la maniobra de debilitamiento de los jueces. Desde el principio, los voceros de la más estricta de las ortodoxias se opusieron a que Israel tuviera una Constitución so pretexto de que una ley de los hombres nunca puede estar por encima de las disposiciones contenidas en los textos sagrados. Ahora aspiran a relativizar la aplicación de lo que dispongan los tribunales lo que, en la práctica, supondría desactivar cualquier resolución referida al conflicto con los palestinos que consideraran desfavorable. Algo que, por cierto, no es muy frecuente, como se ha ocupado de recordar un analista del diario progresista israelí Haaretz.

Son demasiados los motivos de empeoramiento de la situación como para no temer un recrudecimiento de las tensiones. Cada vez son más escasas las voces israelís que apoyan una solución negociada, cada palestino muerto allega nuevos seguidores a las voces más radicales y cada vez es mayor la distancia que separa a la Autoridad Palestina de una opinión pública defraudada y sin esperanza. La estrategia de Netanyahu parece haber condenado a la marginación a la lúcida minoría de posibilistas palestinos e israelís.

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