Paco de Candaya
Para los autores del sello, Olga y Paco no eran editores, sino padres. En su hogar nacieron algunos de los nombres más importantes de la nueva literatura. A mí me adoptaron también
Juan Soto Ivars
Escritor y periodista
La editorial Candaya funcionaba como una naranja mecánica compuesta por dos mitades, Olga y Paco. En el móvil, el número, OlgayPaco. El cuchillo de un infarto la ha partido en dos. Paco Robles ha muerto. Era claro y bueno. Tierno, escrito por Antonio Machado. No levantaba la voz, al contrario que Olga, amorosa, expansiva, su Yang. Juntos formaban el amor marital del que nació la editorial Candaya. Para los autores del sello, Olga y Paco no eran editores, sino padres. En su hogar nacieron algunos de los nombres más importantes de la nueva literatura: Agustín Fernández Mallo, Mónica Ojeda, Alejandro Morellón, Eduardo Moga, Eduardo Ruiz Sosa, Leonardo Cano. A mí me adoptaron también. Nadie quería publicar mi novela. Entonces te llevaban a su casa, te sacaban del asilo, te ofrecían saladitos. Será por eso que los autores de Candaya tenemos relación como de hermanos: algunos nos queremos, otros nos llevamos como el perro y el gato. Lo he notado al saber de la muerte de Paco y preguntarme cómo se encontrará hoy Cristina Morales, qué sentirá. La editorial Candaya ha publicado millones de palabras. “Matrimonio” era la que soportaba todas las demás.
Como los padres con un crío que no sabe multiplicar bien trabajaban tu libro después de contratarte. Paco me citó una tarde en la oficina de Barcelona. Cuando entré, me dijo dónde estaba la nevera, puso el paquete de cigarrillos encima de la mesa y ya está, nos pusimos a corregir, página a página, la novela que ellos habían decidido publicarme. Siempre que se habla de los viejos editores americanos, aquellos seres mitológicos que se esforzaban en el texto tanto como el autor, yo pienso que a Paco lo teníamos vivo en Barcelona, matando adjetivos por las trescientas páginas del libro.
Luego llegaba la gira de promoción: era un viaje en el coche particular de Olga y Paco, junto a ellos, una familia que se va a Torrevieja de veraneo. Como no les sobraba el dinero, te hospedaban si podían en casa de sus amigos, gente en todas las capitales de provincia de España y que ellos llamaban con agradecimiento “la tribu Candaya”. Lectores entusiastas, fieles, hermanos también, confiados siempre en el criterio de excelencia de estos estrambóticos editores.
Al llegar a una ciudad, Paco descargaba las cajas con los libros del maletero mientras Olga te daba palique. A quién le toca cargar hoy esta ausencia es algo que no puedo decir.
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