Todo empezó con Lilith, la mujer que abandonó a Adán
‘Mireia’, una novela en torno a los mitos de la histeria y la ‘femme fatale’
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
No parece mal plan para estrenar el sábado: un vermut literario en la librería Ona (Pau Claris, 94). A mediodía, Purificació Mascarell, profesora de Literatura Comparada en la Universitat de València, y la periodista cultural Anna Maria Iglesia presentan, mano a mano, la novela de la primera titulada ‘Mireia’, galardonada con el premio Lletraferit 2022. La leí con gusto y de una sentada por el ritmo, la neblina gótica que la envuelve y las inteligentes reflexiones que devana el texto acerca de la condición femenina, el placer, la locura y la asfixia de la libertad. Y porque rescata del olvido a una figura muy interesante, la del neurólogo de origen valenciano Lluís Simarro Lacabra, librepensador y masón, que trabajó como médico visitante entre 1880 y 1885 en el hospital de la Pitié-Salpêtrière, en París, donde Jean-Martin Charcot impartía las famosas ‘leçons du mardi’ (lecciones de los martes).
Reducto de prostitutas
Desde los tiempos de Luis XIV, a La Salpêtrière iban a parar las mujeres incómodas: mendigas, adúlteras, ladronas, epilépticas, alcohólicas, ancianas seniles, libertinas, melancólicas, locas, discapacitadas mentales, lesbianas. También, las pobres de solemnidad. Feminidad incontrolable y, por tanto, encerrada. A finales del siglo XIX, Charcot escenificó en sus pabellones un espectáculo circense con las pacientes diagnosticadas de histeria —del griego ‘hystéra’, útero—, un versátil cajón de sastre donde se metía una gran panoplia de síntomas peculiares, como el insomnio, la infertilidad, el rechazo a casarse, la desobediencia o el exceso de apetito sexual. Con el tiempo, desapareció de los manuales médicos: la histeria no constituía una patología, sino un discurso.
Vampira chupasangres
Muy hábilmente, Mascarell entreteje la triste figura de la histérica con la de otro mito finisecular que se fragua al mismo tiempo que el sufragismo: la mujer fatal. Voluptuosa, pecadora, la belleza letal, la vampira chupasangres, la Salomé que manda cortar la cabeza de Juan el Bautista en el banquete de Herodes. Aun cuando el concepto de ‘femme fatale’ se acuña en el siglo XIX, el relato se remonta a una larga tradición que nace con la leyenda hebraica de Lilith, la primera mujer que Dios hizo como compañera de Adán, una hembra que se niega a permanecer sumisa en el paraíso y escapa.
La genealogía de la mujer como amenaza es antigua y se proyecta hasta nuestros días, con instrumentos como el ciberacoso en las redes. La libertad de las mujeres suele cruzarse con los miedos masculinos. Una lectura oportuna.
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