Décima avenida

Ayuso en la Complutense: (Mi, tu) libertad de expresión

En tiempos de burbujas convencidas de tener la razón y de zanjar todos los debates, dudar es una acto de libertad

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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La universidad, opina Isabel Díaz Ayuso, es un lugar que ante todo debe ser plural y respetuoso con todas las opiniones. "Pocos lugares deben ser plurales como la universidad. La libertad se protege ejerciéndola", dijo la presidenta de la Comunidad de Madrid después de que fuera objeto de las protestas de colectivos de estudiantes en la Universidad Complutense durante el acto en que fue nombrada estudiante ilustre junto a otros exalumnos de la institución. Ayuso fue recibida en una atmósfera de escrache que incluyó altercados en el exterior y un crítico discurso de Elisa Lozano, la alumna con el mejor expediente en Comunicación Audiovisual del curso pasado.

La derechaesfera española se ha apresurado en criticar con dureza lo que considera un hostigamiento intolerable contra Ayuso y un intento de cercenar la libertad de expresión de la presidente de la comunidad autónoma de Madrid. En cambio, esa misma derechaesfera consideró un impecable ejercicio de libertad de expresión los abucheos a Pedro Sánchez el pasado 12 de octubre, por ejemplo. De la misma forma, la izquierdaesfera defiende la libertad de expresión de los estudiantes que se oponían al reconocimiento de Ayuso y critica los escraches cuando los sufren políticos o figuras progresistas. Es un mal endémico de este país, la concepción de las libertades, derechos e incluso las leyes según el color ideológico (mejor dicho, partidista) con el que se mira.

Cultura de la cancelación

El debate, en cualquier caso, es complejo incluso si se aborda desde una perspectiva que huya del partidismo. La cultura de la cancelación y el ‘woke’ han generado un debate respecto los límites (o no) de la libertad de expresión en Estados Unidos y muchos países europeos. La universidad, precisamente, es desde hace mucho tiempo campo de batalla de esta confrontación entre tu libertad de expresión y la mía. Las universidades catalanas, por ejemplo, hace años que suelen ser un territorio complicado para dirigentes y figuras de la derecha española, mucho antes del ‘procés’. Es cierto que algunos políticos (y políticas) han aprovechado esta realidad para sacar rédito político y electoral (o al menos intentarlo), pero también lo es que una cosa es prostestar y otra impedir que un candidato o un representante electo ofezcan un discurso. Se me hace muy difícil entender que ejercer mi libertad de expresión equivalga a impedir que algún otro también la ejerza.

Hace ya unos años, en plena gran depresión, los escraches de los afectados por los desahucios inmobiliarios generaron gran controversia. La izquierda los defendió; la derecha, la misma que justifica el impresentable e injustificable acoso a mujeres que abortan a las puertas de clínicas abortistas, los consideraron casi un delito. Todos los escraches fueron desagradables para quien los sufrió, y sobre algunos hasta hubo pronunciamiento judicial: la justicia en Madrid consideró el escrache a la entonces vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, como un medio de "participación democrática". Así, pues, pasar un mal rato por el hostigamiento de un colectivo perjudicado forma parte del juego democrático. Vista así, la protesta en la Complutense fue justamente lo que reivindicó Ayuso: un ejercicio de libertad. 

Es imposible que así se vea en una conversación política de tan escasa calidad como la española. Y menos en estos tiempos de encierro en burbujas impermeables convencidas de que los debates se han acabado y de que ellos han demostrado tener toda la razón. La duda, la conversación, los argumentos y la tolerancia con quien no piensa ni actúa como nosotros cotizan a la baja, Voltaire era un flojo equidistante. En la era de la información, el contraste de opiniones es un unicornio, lo cual lleva a las posiciones maximalistas. Solo quien no tiene ninguna duda de que tiene la razón llega a la conclusión que su libertad de expresión sobrepasa a la de los demás. Sucede en las redes, sucede en los medios, sucede en el Parlamento, sucede en las conversaciones con los cuñados y también sucede en la Universidad. Los espacios de libertad, los de verdad, se nos van achicando y nos vamos empequeñeciendo porque seguimos en la lógica de que libertades y derechos no son universales, sino que dependen de quiénes somos ‘nosotros’ y quiénes son ‘ellos’. En este sentido, dudar es un acto radical de libertad.  

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