Limón & Vinagre | Artículo de Alfonso González Jerez

Kristalina Georgieva: a por el Universo

Tiene su corazoncito bajo ese sonriente aspecto de matrona equilibrada que igual te hace un presupuesto pluriestatal que te hornea unos dulces de chocolate o te escribe un libro de texto sobre microeconomía

Archivo - La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva.

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Alfonso González Jerez

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Kristalina Georgieva barajó el tarot del Fondo Monetario Internacional ante todo el mundo y leyó las cartas: este año 2023, un tercio de los países de la OCDE entrarían en recesión. Se conoce que tanto las profecías como la econometría funcionan ahora por tercios. Pronto llegarán los cuartos. «Póngame cuarto y mitad de crisis energética, caballero». Georgieva justificó su augurio por la ralentización del crecimiento en las «tres grandes economías mundiales»: Estados Unidos, Europa y China. Después, visto el nerviosismo, comenzó a tejer matices. En realidad la economía estadounidense está muy bien, su mercado laboral parece en plena forma y etcétera. Europa hace un esfuerzo meritorio. China ha abandonado la alocada política del covid cero. Al final, la propia directora gerente del FMI se dedicó a diluir sus supuestas predicciones. Es tan difícil ver hoy en día algo que no sea una crisis. De hecho si algo no se encuentra en una situación crítica no es verosímil y quizás no sea moralmente respetable.

Una de las pocas excepciones críticas se encuentra en la aristocracia política y financiera europea. Nunca ha sido tan floreciente: un grupo de unos pocos millares de privilegiados que sobrevuelan gobiernos, parlamentos, corporaciones, bancos. Un áureo entramado en el que se valoran como inexcusables la experiencia política, la solvencia académica, la red de contactos y, en los últimos años, los rostros humanos, demasiado humanos que embellezcan a todos esos ogros filantrópicos que diría Octavio Paz: el Parlamento de la UE, la Comisión Europea, el FMI, el Banco Mundial o el Banco Central Europeo, las Naciones Unidas, las grandes agencias internacionales. Kristalina Georgieva, nació en Sofía, la capital de Bulgaria, donde se doctoró en Ciencias Económicas, aunque después realizaría un programa de estudios financieros en la Escuela de Negocios de Harvard. Después de impartir clases dentro y fuera de su país, a los cuarenta años se incorpora al Banco Mundial, que abandonó en 2010 para entrar en la Comisión Europea como comisaria de Cooperación Internacional y Ayuda Humanitaria. Su capacidad de trabajo, la destreza en la organización y dirección de equipos y una discreta pero siempre atinada inteligencia emocional la llevaron a ascender rápidamente. Es eficaz, es eficiente, es simpática. El siguiente presidente de la Comisión, el ligeramente dipsomaniaco Jean Claude Juncker, la designó vicepresidenta y comisaria de Programación Europea y Presupuestos, cargo que ejerció entre 2014 y 2016. 

Ocurre, sin embargo, que tanto en esa responsabilidad como en las anteriores, Georgieva coincidió con el estólido sentido común reinante en Bruselas y Estrasburgo y asumió como propias los recortes presupuestarios y la continuidad 'sine die' de las reglas fiscales. Su ortodoxia fue intachable. Aunque siempre ha insistido en la modestia de sus ambiciones, intentó el asalto a la Secretaría General de la Organización de las Naciones Unidas. No lo consiguió por los pelos. Volvió a su casa, al Banco Mundial. Jugó de nuevo con inteligencia y cuando Christine Lagarde, otra ave de paso, abandonó el FMI, se mostró encantada del ofrecimiento de los órganos de gobierno de la UE –donde dejó tan buenos amigos—para sustituirla. Y lo aceptó. Lagarde, en cambio, desembarcó en el BCE.

Lagarde es un buen ejemplo comparativo para entender el futuro de Georgieva. La primera es una fría burócrata cómodamente liberal. La segunda no es menos despiadada, pero tiene su corazoncito bajo ese sonriente aspecto de matrona equilibrada que igual te hace un presupuesto pluriestatal que te hornea unos dulces de chocolate o te escribe un libro de texto sobre microeconomía. 

Triplicó los fondos para los refugiados del Este, ha diseñado proyectos importantes de sostenibilidad medioambiental, fue una de las directivas del Banco Mundial que impulsó más decididamente una transformación de la entidad más volcada a la cooperación y al asistencialismo. Pero especialmente ha insistido en el feminismo: cuotas paritarias en el Banco Mundial y en la escala más elevada de funcionarios de la UE. 

Su profecía atemorizante del otro día fue un error pero tomará nota. Tiene tiempo, talento y ambición para presidir la Comisión Europea, las Naciones Unidas o, si las cosas no van bien, Bulgaria.