Política & moda

El papa que no vestía de Prada

El fallecido Benedicto XVI rescató pierzas del ropero medieval del papado que habían sido arrumbadas tras el concilio Vaticano II y vistió unos llamativos mocasines rojos. Su sucesor quiso expresar también su propia identidad a través de una indumentaria minimalista (y unos zapatos negros gastados)

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Patrycia Centeno

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Benedicto XVI era un erudito en teología y en vestimenta eclesiástica. Su gusto por el ornamento, la ostentación y la pompa provocaron críticas pero también alabanzas (en el mundo de la moda acabó siendo considerado un auténtico icono de estilo). La primera polémica referida a su vestuario vino por su característico zapato rojo (con el que, por cierto, no lo han enterrado). Desde los romanos que los papas habían llevado el zapato colorado en representación de la pasión, fe y sufrimiento de Jesús, pero Ratzinger acortó la sotana para que estos destacaran sobre un calcetín blanco (era alemán, demos gracias que no fuera con una sandalia). Empezó a circular el rumor (que aún sigue vivito y coleando aunque se desmienta una y otra vez) de que los zapatos pertenecían a la firma italiana de lujo Prada. Y aunque en 2007 fueron escogidos como «el accesorio del año» por la revista de tendencias masculina 'Esquire', tal elección no parecía combinar aparentemente con las enseñanzas religiosas. Además, la novela 'Devil wears Prada' se estrenó un año antes de que el germano asumiera el pontificado y la broma se daba fácil…

En realidad, aquel mocasín estaba hecho por el zapatero Adriano Stefanelli, quien también ha calzado a presidentes de EEUU como Barack Obama o George Bush. Pero para desmentir el chisme, al Vaticano no se le ocurrió otra cosa que sentenciar: «El Papa no viste de Prada, viste de Cristo». Una afirmación que más que justificar el modelo escogido por la máxima representación de Dios en la Tierra, también confirmaba cómo de alejada continuaba la institución del ascetismo original cristiano. 

No fue hasta que el cristianismo empezó a organizarse (o pervertirse, según prefieran) cuando los colores les sirvieron para diferenciar jerarquías. El uniforme papal más parecido al actual se estableció hacia el año 1000, y fue la Edad Media la que trajo la opulencia para que la Iglesia impusiera su poder y misterio a través de la indumentaria litúrgica. Esta estética gótica era la que Ratzinger desempolvó del armario. Presentado como un conservador del ala dura, recuperó prendas que llevaban en desuso desde hacía décadas cuando en el Concilio Vaticano II (1965) se consideró dejar de dar misa en latín y deshacerse de tanta teatralidad y excentricidad en el ropaje por el bien de reconectar con una ciudadanía cada vez más apartada.

Ante la imagen de un Juan Pablo II que se propuso dar el aspecto de un Papa más cercano y que tuvo claro que era necesario una imagen más humilde para no dar la impresión de un relato visual hipócrita ante la pobreza mundial que denunciaban, contemplar a Benedicto XVI recuperando la mozzetta, una capa de armiño o seda hasta la cintura, y el camauro, una gorra de terciopelo rojo con un borde de piel blanca (y con el que parecía una mezcla entre Grinch y Papá Noel) era para muchos un espectáculo tan sorprendente como incomprensible y ridículo.

Si con su antecesor ya había algunas diferencias importantes en el hábito, con su predecesor estas todavía se hicieron más evidentes y recalcables. Cuando en 2013 Benedicto XVI anunció en latín que renunciaba y se convertía en papa emérito, se pasó a analizar el estilo austero y sobrio de quien acabó siendo su sustituto. Las sotanas de lino de Francisco, los chales sin adornos y simples crucifijos de madera se antojaron como la ropa minimalista o informal papal. Además de las distintas posturas sobre el papel de la Iglesia, la homosexualidad y la política, la ropa también habló para marcar las divergencias entre el alemán y el argentino. Benedicto irradiaba el lujo en seda roja, encaje y esmeraldas, mientras que Francisco representaba la austeridad con unos zapatos de estilo Oxford negros desgastados.

Un gol arco iris a Juan Pablo II

A pesar de su empeño por recuperar el glamour tradicional de la vieja Iglesia, Joseph Ratzinger prefirió mantenerse alejado de diseñadores y escenógrafos… En 2007 el director de cine italiano Franco Zeffirelli ofreció sus servicios de asesoría estética al Vaticano para intentar equilibrar la pompa excesiva en la puesta en escena de Benedicto. Declinaron cortés y rápidamente su propuesta. Quizá habían aprendido la lección cuando en una visita de Juan Pablo II a París en 1997 el extravagante Jean Charles de Castelbajac (una especie de respuesta francesa a Vivienne Westwood, recientemente fallecida) convenció al pontífice para vestir una sotana ornamentada con cruces bordadas con los colores del arco iris como «símbolo de la promesa de paz de Dios a Noé». Pero cuando Castelbajac habló con la prensa, la interpretación de su diseño cambió al señalar que la vestimenta era claramente una referencia a la liberación homosexual (golazo del francés al polaco)…

Pero pese a tantos fallos y errores, está claro que no ha habido mayor experto en estética e imagen del poder que la Iglesia católica. No hay otra marca que lleve tantos siglos siendo tendencia, aunque cada época lleve y marque su propio estilo. 

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