Bochorno en el derbi

Dembéle en aacción ante el Espanyol.

Dembéle en aacción ante el Espanyol. / Pau Barrena/AFP

Juan Cruz

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Bochorno de fin de año, ese horrible sentimiento de grisura que se cierne sobre las cosas, las ciudades o las personas cuando todo conspira contra la belleza o la razón. Esa sensación, que pasa cuando la vida se mezcla con la maldad o la injusticia, sólo se puede aplicar al fútbol, que es un deporte entretenido, divertido, y a veces fresco y bello como la risa de un niño, cuando el desastre impide que nada merezca ser destacado, ni la buena voluntad de los espectadores. 

Este Barcelona-Espanyol empezó siendo ya síntoma de maldad, pues el club decidió que los vecinos no podían acceder al campo de su rival con su camiseta. Luego el juego fue tan deplorable que parecía que el Barça y el Espanyol estaban reunidos en un campo neutral preparándose para un entrenamiento. El gol azulgrana fue la culminación de tres o cuatro azares que remató un defensa, Marcos Alonso, que luego resultaría ser elegido como el mejor del partido.

Esta elección seguramente fue justa, pero innecesaria, pues este premio que se da al término de las contiendas tenía que haber sido declarado desierto en esta ocasión para vergüenza de los contendientes. Como el Barça es mi equipo, debo decir que la vergüenza que siento por este cúmulo de desastres que recibió el nombre de fútbol en el Camp Nou es máxima, e incluyo hasta al entrenador, que no puso orden en la búsqueda de soluciones a esta mescolanza de nada y de miseria. 

Lleno de ego

Xavi ha nacido para entrenar al Barcelona, de eso estoy seguro; como dijo Pelé, era el mejor de todos, pero en esa zona del campo que ahora es suya ha de resolver antes los huecos que el equipo está poniendo en evidencia. La tardanza en colocar en las líneas claves a Balde, por ejemplo, la decisión nefanda de quitar al muy recuperado Raphinha para hacer que Ferran regrese a una delantera que aún no merece, son decisiones de entrenador en vacaciones. 

No fue un partido de fútbol, fue un bochorno, y lo siento por Lewandowski, pero él contribuyó a esta especie de sainete postrero del año en que el Barça debía superar, gracias a él, las inclemencias del pasado. Ojalá el pasado haya terminado definitivamente este último día de 2022. Y fue bochornoso el partido, sobre todo, por la actitud irresponsable de un árbitro que está lleno de ego. 

La sobreabundancia de ego convierte en insoportables a las personas; y si esa estupidez que inocula la autosatisfacción la padece el responsable de dirigir a 22 muchachos llenos de la adrenalina de ganar es seguro que algo malo va a pasar. 

Mateu Lahoz (“el show de Mateo”, dijo Lluis Flaquer en la Ser) convirtió la convocatoria en un bochorno que debería dar con su pito en altamar, donde las ballenas atienden sólo a los sonidos puros, para ser allí también despreciados por esos nobles animales marinos. 

Se me ocurren otras sanciones para Mateu Lahoz, pero no está uno, después de un partido en el que él explica tan mal la razón de ser del arbitraje, para aspirar a formar parte del colegio que organiza sus comparecencias.

Una pena. Tenía ilusión de fútbol, y me quedé con las ganas de estar más cerca del Barça. El equipo me dejó más lejos que nunca de mi alegría de encontrarme con él cada vez que comparece. 

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