Artículo de Juan Soto Ivars

El salario emocional negrero

En el mundo del trabajo esta invasión de eufemismos en la tierra quemada por la precariedad la hemos ido tragando a cucharadas pequeñas, como las de un niño con faringitis

Salario emocional: todo lo que ofrecen las empresas más allá del sueldo

Salario emocional: todo lo que ofrecen las empresas más allá del sueldo / Pixabay

Juan Soto Ivars

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Me he aficionado a leer sobre el salario emocional. Es un vicio malo, como el gusto por arrancarse costras o el de comer pipas Tex Mex con Telecinco a toda tralla, tirando las colfas al suelo del salón. Leer sobre el salario emocional responde a una oferta de textos sobre salario emocional. Hay gente verdaderamente interesada en que empecemos a tomar en serio la existencia de algo llamado salario emocional.

Empezó a popularizarse este crecepelo tras la consumación de la debacle en la vida de los trabajadores españoles, cuando la 'tendencia' (otra palabra deliciosa) parecía irreversible a base de reformas laborales draconianas o cobardes y el florecimiento de las 'startups'. Como el poli bueno que entra en la sala de interrogatorios tras la sesión de ducha fría y cable para colocar un cigarrillo en las comisuras temblorosas del reo, de pronto empezaron a hablar del salario emocional y lo describían como lo que habíamos entendido hasta ese momento por condiciones laborales aceptables.

“El salario emocional es la retribución de carácter no económico que un trabajador obtiene en cuanto a las facilidades que se le dan a la hora de satisfacer sus necesidades personales, familiares y profesionales, mejorando su calidad de vida y contribuyendo a la conciliación laboral”, dice la definición estándar, que extraigo de la página de una famosa escuela de negocios antes de lavarme las manos con lejía Conejo, amoníaco Volvone y salfumán de la Viuda de Martínez. Subrayo el núcleo: “satisfacer sus necesidades personales”. Satisfacer necesidades: ahora, un plus.

Bien: cuando lo mínimo a lo que debería aspirar cualquier trabajador se presenta como un extra, como si la empresa mereciera un aplauso por ofrecerlo, entonces nos encontramos ante el mismo tipo de birlibirloque que han hecho las compañías aéreas de bajo coste con las maletas de cabina después de la pandemia. 

No hace mucho tiempo, solo una de estas compañías racaneaba el espacio en la cabina para sajarte unos euros de más con lo que otras empresas baratas incluían en el paquete básico, esa compañía era caricaturizada por el miserable sistema de encarecimiento de billetes a base de incluir comodidades mínimas. Sin embargo, con la epidemia del covid-19, aprovecharon las limitaciones pandémicas y, con un hábil truco típico del Ministerio de la Verdad (siempre hemos estado en guerra con Eurasia), todas se pusieron las pilas y ahora llaman “premium” o “preferente” a lo que ayer se consideraba una cortesía elemental con el pasajero. O usuario, como lo quieran llamar.

En el mundo del trabajo esta invasión de eufemismos en la tierra quemada por la precariedad la hemos ido tragando a cucharadas pequeñas, como las de un niño con faringitis. Primero, la aceptación del becariado como parte de la normalidad empresarial, luego con los falsos autónomos hasta en la sopa y más tarde con la 'tendencia' a considerar las horas extras como una entrega altruista del trabajador, muestra de su compromiso con la misión y valores de la empresa. Aperitivo, todo este mejunje de eufemismos, de lo que se ha dado en llamar después “economía colaborativa”, en la que el trabajador colabora con su sacrificio con una corporación que no comparte con él la parte alícuota de los beneficios. 

Llamemos entonces salario emocional a tener un trabajo que te deja tiempo para ir al baño, para hacer la compra o recoger a los críos del colegio. Llamemos salario emocional a la prohibición de tus superiores de enviarte WhatsApps más allá de las doce de la noche. Llamemos salario emocional, en suma, a que tu trabajo no te mate de asco mientras te hunde en la precariedad.

Hay toda una familia de eufemismos como salario emocional, destinados a convertir en parte del “sentido común” e incluso de lo 'trendy' lo que debiera resultar, como mínimo, aberrante y estomagante. Llaman 'coliving' a compartir piso porque no puedes costearte una vivienda, 'friganismo' a coger comida de la basura, 'job hopping' a cambiar de trabajo cada uno o dos años, 'nesting' a no salir al cine ni a cenar el fin de semana, 'trabacaciones', a no tener vacaciones porque eres autónomo y curras en agosto, etc. Dejar de llamar “neurosis de guerra” al mal de los soldados que volvían del frente no arregló una sola sesera.

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