ANÁLISIS

Este Messi grosero y faltón

El capitán de Argentina, Leo Messi

El capitán de Argentina, Leo Messi / Peter Byrne/PA Wire/dpa

Albert Guasch

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Conocíamos a un Leo Messi serio y formal, y ante nosotros aparece ahora un futbolista que puede comportarse como un camorrista. Superman adquiere poderes al colgarse la capa; Messi se pone la zamarra albiceleste y se vuelve grosero, pandillero y faltón. No son superpoderes al uso, pero es adrenalina a presión. Como si necesitara de la chabacanería para integrarse a fondo en toda esa macro estructura sentimental que representa la selección argentina, y más en un Mundial. 

El espejo es Maradona. No basta con ser un genio. Hay que gritar fuerte el himno, hasta que escuezan los pulmones. Hay que buscarse enemigos frente a los que hacerse los ofendidos y motivarse con ira. Y también hay que saber insultar (pobre Weghorst, que solo buscaba el intercambio de la camiseta y le cayó el ya mítico ‘qué mirás bobo’).

Millones de argentinos desean este Mundial con el ardor de un guerrero empapado de aguardiente, también millones de aficionados del resto del mundo, que suspiran por el cuento de hadas que significaría la coronación de Messi. Pero nadie desea el título tanto como el propio Leo y para ello está dispuesto a sacrificar las reglas de los cuentos. Está en una guerra, sobre todo contra el tiempo, y ya se sabe que en los conflictos bélicos raramente hay cabida para el civismo. 

Espíritu único

Messi va con todo, y a su alrededor se han arremolinado una jauría de futbolistas de segunda fila con la determinación de unos cruzados, dispuestos a quemar biblias si hace falta para alcanzar su meta. Cualquier mínima provocación se responde en grupo, invocando el paroxismo. Nadie como los argentinos para jugar con la locura. El campo se contagia de lo que le viene de la grada. Hasta se mimetiza. Un espíritu único.

¿Y dónde queda el juego? Hay unas cuantas cosas que a sus 35 años Messi ya no puede hacer. Camina más que nunca (Jorge Valdano dice que en realidad está pensando), pero Messi es un superdotado y ha venido a este Mundial a decidir eliminatorias con acciones quirúrgicas.

Lleva cuatro goles y dos asistencias para una selección desconcertante, sólida y a la vez atolondrada, más enérgica que metódica, pragmática de un modo que puede ser exasperante. No está claro a qué juega, pero convoca la emoción superlativa.

Cara a cara con Modric

Hoy se enfrenta a Croacia, simbolizado el duelo en Messi y en Modric, líderes ambos contra natura. Circula una foto conmovedora del día de Holanda, antes de la prórroga, en que se ve al crack argentino envuelto por sus compañeros, que apretujados le escuchan como a un mesías en una arenga que se intuye poco futbolística y muy emocional. El que no sabía hablar, retratado como un líder total. Ahora le quedan dos escalones y medio planeta dispuesto a empujarle hacia el apoteosis

Todos hemos invertido centenares de horas admirando la superioridad de su talento, la belleza de su destreza, sus trucos imposibles, y cualquiera puede ser ya su último partido en el escenario más grande que existe. 

Que se desgañite, que sea impertinente, que se convierta un poco en un bandido. Lo que necesite. Hay más fascinación que censura en esta transformación. Todo por una función más del mejor que hemos visto nunca.

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