El reto albiceleste
Scaloni, o el sol que irradia la cordura en Argentina
El seleccionador albiceleste se ha pasado todo el Mundial desinflamando el dramatismo que rodea al equipo desde su derrota ante Arabia Saudí.

Lionel Scaloni, seleccionador de Argentina, en rueda de prensa en el Mundial de Catar / EP


Joan Domènech
Joan DomènechPeriodista
Periodista. Título de Entrenador de fútbol nivel A. Deportista vocacional. Tras retirarme como futbolista, empecé a trabajar en Mundo Deportivo (12 años, 1988-2000). He asistido a cuatro Mundiales y cuatro Eurocopas. Coautor de varios libros. Miembro del colectivo ‘Periodistes Solidaris’ y 'Amics de Johan'.
En medio de la grandilocuencia del drama, del paroxismo de la tragedia, de la invocación a la taumaturgia –“allá donde estés, Diego”-, del momento culminante que se iba a vivir en la historia no del fútbol mundial, sino del planeta, sonó su voz serena y aquietada. “Es solo un partido de fútbol y un partido de fútbol se puede perder”.
¿Sería la cordura la mejor aportación de Lionel Scaloni a Argentina? Seguramente son muchas las virtudes inyectadas a un equipo que permaneció 36 partidos sin perder, que sucumbió ante Arabia Saudí, que resucitó ante México, que despachó a Polonia, que liquidó a Australia, que destruyó a Países Bajos, y que se dispone a apartar a Croacia del camino hacia la final, pero la del sentido común es una de ellas.
Devoto de la discreción
“A la mañana siguiente va a salir el sol”, dijo la víspera del duelo frente a México, cuando Argentina estaba al borde del precipicio. Salió el sol con su calor reconfortante tras la noche que parecía el final de los tiempos. Y saldrá el sol quede Argentina primera o cuarta del Mundial de Qatar.

Scaloni y Messi participan en una sesión de entrenamiento en la Universidad de Qatar en Doha. / AFP/JUAN MABROMATA
Primero interino para sustituir a Jorge Sampaoli a raíz del fracaso de Rusia; seis meses después confirmado en el cargo de seleccionador absoluto; más tarde elogiado por la mejoría del equipo y finalmente renovado tras la conquista de la Copa América, la carrera de Scaloni, un devoto de la discreción, ha experimentado la lenta eclosión hasta el púlpito principal del fútbol albiceleste.
Fichado con su hermano
Le toca ahora dar la cara a alguien que se cobijaba en la sombra. Scaloni permaneció siempre en un segundo plano. No como un signo de cobardía, sino de modestia. Llegó al fútbol español por A Coruña, cuando tenía 19 años y mediante un fichaje que incluía a su hermano Mauro (23). Lionel iba a jugar en el Deportivo y Mauro, en el Fabril. La primera experiencia futbolística no pudo ser peor. Lionel fue sustituido a los tres minutos del debut por la expulsión del meta Songo’o y Mauro no fue ni convocado. Al día siguiente salió el sol.
Ocho años estuvo en A Coruña, seguido de etapas más breves en el Racing de Santander, West Ham, Lazio, Mallorca y Atalanta, donde se retiró en 2015. La estancia de 18 meses en la isla balear le convenció para establecer su residencia en Calvià, además de haber conocido allí a su mujer. Ante el vértigo de no saber qué hacer con su vida a los 37 años, optó por sacarse el título de entrenador. Las obligadas prácticas del Nivel B la realizó en el equipo cadete del Son Caliu.
Siete veces internacional
De Mallorca saltó a Sevilla, reclamado por Scaloni, y a su vera estuvo hasta que la destitución del técnico le dejó al frente de la absoluta mientras dirigía a la selección sub-20 con sus íntimos Walter Samuel y Pablo Aimar, amigos desde que conquistaron el Mundial de Malasia de 1997 precisamente de esta categoría.
“Yo, que era un patadura, siempre me levanté y seguí hacia adelante. Es lo que necesito y quiero de mis jugadores. Y después, que pase lo que tenga que pasar", dijo en la víspera del vital duelo con México Scaloni, que apenas fue siete veces internacional. Desde joven supo cuál era su lugar. El de acompañante secundario de la figura del momento, Juan Román Riquelme o el propio Aimar en la época juvenil, y de Lionel Messi desde que lleva el chándal de entrenador.
El espíritu del país
Por no tener, Scaloni no tiene discurso filosófico –“el fútbol consiste en intentar hacer un gol y que no te lo marquen”- ni libreta –“ya saben que soy poco de los sistemas tácticos”- ni un modelo programático que ampare hasta lo inexplicable. “Todos los partidos son momentos y no siempre gana el que juega mejor ni el que tira más veces al arco”, sostiene, mientras disfruta de un Messi que arrastra a todo el país, enfebrecido por conquistar el título.
Pero Scaloni, de 44 años, sí tiene humanidad de mandar un saludo a los habitantes de Pujato, Santa Fe, su pueblo natal, estremecido por un accidente mortal de circulación y tiene la cordura de atajar la batalla dialéctica con Países Bajos: “El partido se jugó como se tiene que jugar. Hay momentos que atacar, otros que defiendes y otros en los que hay discusiones en el campo, pero ni más ni menos”. "Hay que desterrar la idea de que no sabemos ganar ni perder", añadió, para que no quedaran dudas de que se alinea con el espíritu de su país. El sol siempre luce en Argentina con Scaloni.
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