Las coincidencias con Pablo Milanés
Años después, cenando con él en casa de mi añorado Bigas Luna, le recordé la anécdota; él la había olvidado. Yo la recordaré siempre
Carles Sans
Actor
Cientos de seguidores y amigos se despedían hace unos días en Madrid de Pablo Milanés, un trovador, un idealista que con su voz clara y personal enamoró a varias generaciones. Aquellos que en los años setenta frecuentábamos la universidad y nos desenvolvíamos en un ambiente reivindicativo y de protesta, teníamos a Milanés como a una de las voces que ponía la banda sonora de aquella España que anhelaba libertad. A Pablo Milanés le escuchaba entonces en un casete que tenía en casa y con la que tantas y tantas noches me había dormido oyendo 'Te quiero porque te quiero', 'Amo mi isla' o 'Yolanda'.
Con Milanés me une más de un encuentro. El más curioso está inmerso en una de esas casualidades que parece difícil de creer. Estaba de gira con Tricicle por Galicia. Había llegado al aeropuerto de A Coruña y fui a por un coche de alquiler. Mientras conducía en dirección a Vigo, donde actuábamos esa noche, por descuido, alguien debió dejarse olvidada una cinta en el casete de aquel coche. Era una cinta de Milanés. La escuché entera durante todo el viaje. Hacía mucho tiempo que no le oía cantar y me gustó viajar hasta Vigo en compañía de sus canciones. Al llegar al hotel, mientras me registraba en recepción, reparé que por la música de ambiente sonaba una canción de Pablo Milanés, me sorprendí por la coincidencia, pero no le di mayor importancia. Después de dejar las maletas en mi habitación, pregunté a la recepcionista si podía aconsejarme una marisquería próxima al hotel. Me reservó una mesa y me fui para allá. Al entrar al restaurante un camarero me condujo hacia una mesa junto a la de un grupo de personas en animada conversación. En esa mesa, justo la de al lado de la mía, estaba sentado Pablo Milanés. Esa casualidad ya parecía excesiva. No podía ser verdad. Tres momentos seguidos en tres lugares distintos y siempre Pablo Milanés acompañándome. No pude evitar acercarme a su mesa y, después de saludarle, contarle el “momento Milanés” que vivía desde hacía horas. Nos reímos y con eso se rompió la cadena de coincidencias.
Años después, cenando con él en casa de mi añorado Bigas Luna, le recordé la anécdota; él la había olvidado. Yo la recordaré siempre.
Descanse en paz.
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