Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

Rodoreda y el horror

Para captar el horror de la guerra solo tenemos a mano la poesía

Mercè Rodoreda

Mercè Rodoreda

Josep Maria Fonalleras

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Transmitir el horror de la guerra es una tarea tan difícil que muy probablemente resulta imposible. Nos acercamos lateralmente, porque solo somos capaces de retener de ella una dilatada porción en el tiempo. Llegamos, espectadores tardíos, cuando el ruido de la batalla, el estallido del bombardeo o los gritos de angustia y dolor ya son solo evanescencias en el silencio. Quizás sea por eso que para captar ese horror solo tenemos a mano la poesía. Es lo que reclama Svetlana Alexievich cuando recoge el testimonio de las mujeres que vivieron la tragedia, cuando evoca el terrible lamento de los caballos heridos, cuando piensa en los muertos y en la tierra que los acoge. La poesía, es decir, una aproximación fantasmagórica, llena de detalles reales que, distorsionados, se convierten en símbolos y alucinaciones, que asustan y confinan los sentidos en un espacio terrorífico. Esto es lo que hizo la última Rodoreda, en 'Viatges i flors', en 'La primavera i la mort', en 'Quanta, quanta guerra'. Una destilación poética de todo lo imposible de transmitir.

La compañía Cabosanroque, que ya había construido un “poema transitable” sobre Brossa y “una forma de posesión” a partir de los delirios exorcistas de Verdaguer, ha confeccionado ahora una pieza memorable, con textos de Rodoreda ('Flors i viatges'), una instalación de 40 minutos que se puede ver en Temporada Alta hasta el domingo y que llegará a Barcelona - al CCCB, seguramente -en unos meses.

Sería iluso, por mi parte, y también sería atrevido, describir este montaje. Además, rompería la emoción de adentrarse en el universo poético de devastación que se nos propone. Hay que entrar sin saber nada y dejar que las voces, las imágenes, los sonidos, el humo espeso, penetren en la conciencia de quien observa. Solo un fragmento: hay una tierra que late, donde los muertos son vivientes que palpitan porque está allí, abajo, donde habita su presente. Arriba, los vivos están muertos en una vida que ya no tiene sentido. Poco después, vemos el interior de este humus, la parte oscura, donde alguien repta no por salir de la oscuridad sino porque solo le resta ese latir incesante de la muerte. Esto es Rodoreda como pocas veces la habremos entendido. Es transmitir el horror de la guerra, de cualquier guerra.

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