Artículo de Antón Losada

Seducción

En Moncloa asumen, con buen juicio, que incluso los votantes socialistas más reacios amortizarán esta decisión con el mismo pragmatismo con que dieron por saldados los indultos

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en un acto en Vitoria-Gasteiz.

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en un acto en Vitoria-Gasteiz. / Iñaki Berasaluce / Europa Press

Antón Losada

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Antes del pasado verano, en el debate sobre el Estado de la Nación, Pedro Sánchez compareció convencido de que su problema y principal amenaza residía en la creciente desafección del votante progresista hacia el Ejecutivo de coalición. La solución pasaba por girar a la izquierda para volver a seducirles. El anuncio de los impuestos a la banca y las eléctricas supuso el primer movimiento para acercarse a ese electorado desanimado. La respuesta, en forma de gravamen a las grandes fortunas, a las bajadas en el impuesto de patrimonio anunciadas en cascada por los barones populares, fue el segundo movimiento para levantar el ánimo rojo. La sustitución del delito de sedición por uno de desórdenes públicos agravados, incluyendo una reducción de dos tercios en las penas, completa el giro seductivo.

El momento no ha podido resultar más oportuno. Justo cuando los terribles sucesos de Melilla acorralaban al ministro Grande-Marlaska y agrietaban severamente a la coalición, el asunto de la sedición sirve como pegamento entre los socios y cambia de tercio la conversación pública hacia un terreno que los socialistas llevaban semanas preparando; desde la ruptura entre Junts y ERC y desde que Núñez Feijóo cometió el error de romper el acuerdo para la renovación del CGPJ, para subirse al tren hacia ninguna parte de cambiar su argumentario económico por la vuelta a la soflama patriótica y la imputación en bucle de todos los tipos delictivos disponibles en el Código Penal propias del peor Pablo Casado.

ERC necesitaba un éxito en Madrid para apuntalar su permanencia en solitario en el Govern y Pere Aragonès presentarse como un ‘president’ que consigue resultados relevantes. Al PSC y a Salvador Illa la supresión de la sedición los ancla aún más a su recuperada posición central en el escenario político catalán. Los socios de Sánchez en el gobierno y el parlamento también se apuntan un tanto valorado, tanto por los electorados más progresistas, como por los votantes nacionalistas. En Moncloa asumen, con buen juicio, que incluso los votantes socialistas más reacios amortizarán esta decisión con el mismo pragmatismo con que dieron por saldados los indultos. Hasta Vox gana al poder sumar una evidencia más a su interminable escrito de acusación contra Sánchez por alta traición. Todo son ventajas. Solo pierden el PP y Junts.

A los de Carles Puigdemot la drástica rebaja de las penas sediciosas les pilla fuera del Govern y de la foto de una reforma penal que habían declarado imposible. Dejaron el Ejecutivo catalán porque el diálogo no daba frutos y, nada más salir, al ‘expresident’ le reducen en dos tercios la pena por sedición. Su escepticismo desconcertado tratando de rebajar el alcance de un anuncio que la derecha va a convertir en otra causa de altísima felonía habla por sí solo.

Núñez Feijóo puede acabar resultando el mayor damnificado por tanta seducción. Primero quiso batirse con Sánchez en el terreno económico y se encontró con la amarga realidad de que la oposición puede prometerlo, pero solo el Gobierno puede bajar el IVA de la luz o decretar la gratuidad de los viajes en tren. Acuciado por su urgencia de no perder impulso en las encuestas y las urgencias electorales de una Díaz Ayuso a quien solo le vale ganar en mayo por mayoría absoluta, decidió regresar al terreno conocido de Catalunya. Pedro Sánchez le acaba de decir que si es ahí donde quiere batirse, ahí le espera; sin complejos. El debate en torno a la sedición no le va a dar un voto más que no tenga ya el candidato Feijóo, pero sí puede devolverle unos cuantos al presidente Sánchez.

El líder popular se halla ahora mismo cogido en medio de una tormenta perfecta. A un lado le oprimen la necesidad de obtener éxitos rutilantes en la municipales y autonómicas del año que viene, más la prudencia de no hacer o decir algo que una Díaz Ayuso lanzada a tumba abierta a por el votante de Vox pueda usar como excusa para un resultado decepcionante en Madrid. Al otro le enfila la estrategia de un Pedro Sánchez firmemente decidido a confrontarle ideológicamente con asuntos y decisiones que le arrumben a la derecha y le alejen del centro. Mantenerse a flote ya será un triunfo.

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