El futuro azulgrana

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El Barça después de Piqué

Aunque se desprenda de los contratos de Bartomeu, Laporta sigue elevando la apuesta y si todo falla puede dejar al club en manos de intereses económicos externos

Gerard Piqué.

Gerard Piqué. / Sport

El insólito e inesperado adiós de Gerard Piqué (por inusual a estas alturas de la temporada y por la inmediatez entre el anuncio y su último partido en el Camp Nou, este mismo sábado) se ha convertido en un fenómeno viral. Responde a la propia personalidad del futbolista, experto en la gestión de su imagen y aplicado ahora en proyectar una percepción de seriedad y compromiso cara a un futuro que, en atención a lo expresado en el vídeo de despedida, es un «hasta pronto» a la espera de que se haga realidad la ambición confesada por él mismo de llegar a ser presidente de la entidad. 

Piqué se va a su manera y tras unos meses convulsos en todos los sentidos. Después de haber sido pieza clave en la temporada anterior, su papel en el primer equipo del Barça se ha laminado de tal manera que, a pesar de su voluntad de seguir en activo, se ha visto relegado a la condición de quinto o sexto central. No hay ninguna duda de que a Piqué se le ha acompañado hasta la puerta, aunque haya sido él quien haya decidido cuándo y cómo cruzaba el umbral tras el que deja atrás su vida profesional como jugador de fútbol. Había motivos sobrados para considerar que le había llegado el momento de dar este paso. Su rendimiento ya no tenía ninguna correspondencia con el hecho de tener los emolumentos más altos de la plantilla, que pesaban como una losa en las apuradas finanzas del club. Y episodios como los desvelados en sus conversaciones con el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) exponían una situación de más que dudosa compatibilidad entre su condición de empresario con negocios con la RFEF y deportista en activo. Pero han sido los reiterados mensajes lanzados desde el mismo club, rematados por las palabras de Joan Laporta sobre la negativa de los capitanes a rebajarse la ficha, los que han puesto en el disparadero al capitán del equipo, en una campaña de acoso y derribo que condujo a unos abucheos sonados. Todo ha acabado con un adiós que ha querido dirigir sin intervención del club y proyectando su mirada al palco presidencial. Nada nuevo en un club que en la mayoría de los casos no ha sabido despedir con dignidad a los ídolos de la afición. De Cruyff a Messi, pasando por Guardiola.

La junta ahora respira aliviada y parece que se prepara para dedicar el espacio dejado libre por Piqué en el límite salarial a abordar nuevos fichajes, insistiendo en el rumbo marcado en esta segunda era de Laporta: seguir elevando la apuesta, cancelando contratos fuera de órbita heredados del nefasto pasado de la junta de Josep Maria Bartomeu pero firmando a su vez nuevos fichajes con los que incurre en un gasto que poca relación tiene con la realidad económica del club. Una estrategia arriesgada que puede hacer que empiece a rodar la rueda virtuosa en la que la inversión en talento sobre el césped lleva a los éxitos deportivos y estos, a los económicos, o convertirse en un salto al vacío si los primeros no llegan. Y hasta ahora no lo han hecho, con un auténtico descalabro en las competiciones europeas.

El precio a pagar es la enajenación de activos del club, esas eufemísticas palancas, que compromete el patrimonio de la entidad y, más allá, su autonomía decisoria. Si en otros tiempos el peligro para el Barça fue quedar supeditado a intromisiones políticas, en este nuevo escenario corre el peligro, incluso sin llegar al horizonte no deseado de su conversión en SAD, de quedar a la merced de los compromisos económicos contraídos.