APUNTE

Cultura de la transición

Xavi Hernández participa en una sesión de entrenamiento en Plzen.

Xavi Hernández participa en una sesión de entrenamiento en Plzen. / EFE/EPA/MARTIN DIVISEK

Jordi Puntí

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Cada vez que el Barça sufre una debacle, como la última eliminación de la Champions, una voz interior me tranquiliza diciendo que estamos en una temporada de transición. En realidad, como les ocurre a muchos culés, esta voz interior es dual y está en constante debate. Digamos que a una parte solo le importa el éxito del presente, como si viera el fútbol con una lupa, y la otra bucea en la memoria para hallar argumentos, como a través de un catalejo. La idea de la transición, pues, es el único acuerdo posible: si mi voz interior mira hacia el futuro con impaciencia, también cree en la necesidad de reconectar con un pasado feliz.

La pregunta, entonces, es cuando terminará por fin esta transición. Hace un año, cuando Xavi cogió al equipo y no logró clasificarlo para la siguiente ronda, ya apelamos al cambio transitorio, aunque de hecho parece que sea eterno, con tantas prórrogas que ya he perdido la cuenta. Se abrió una transición cuando se marcharon Xavi e Iniesta en ese centro del campo mágico, y sin duda se amplió el día en que el Barça no renovó el contrato a Leo Messi.

Cuando los resultados los dejaban desnudos

Si vamos más atrás, coincidiremos en que la transición empezó de verdad cuando el Barça ganó su última Champions, en el 2015, y luego se fue Luis Enrique. Desde entonces, todos los entrenadores que llegaban al club —ya fuera porque eran holandeses como Cruyff o tenían el famoso ADN Barça— abrazaban el sistema de juego que les imponía la historia, más por conveniencia que por convicción, y probaban de adaptarse a él hasta que los resultados les dejaban desnudos. 

Ahora con Xavi queremos creer que es distinto. Como si en sus años de jugador hubiera dado con la clave para acabar con la transición permanente. Por ahora su propuesta sigue en el plano teórico y es borrosa, con algunos atisbos prometedores, pero aun sin el equilibrio total entre una idea de juego y su traducción real. Mezclar memoria y deseo. Ese día llegará, por ejemplo, cuando podamos decir convencidos que los goles de Lewandowski son la obra de un maestro del área, pero también la culminación del juego colectivo.

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