Análisis

Lula, por el bien de la democracia (y por los pelos)

Lula gana las elecciones presidenciales en Brasil

Lula gana las elecciones presidenciales en Brasil / Ettore Chiereguini

Salvador Martí Puig

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Igual que en la primera vuelta electoral, que aconteció el día 3 de octubre, en la segunda vuelta celebrada el pasado domingo se han desmentido los sondeos. Todas las encuestas publicadas hasta la fecha daban una cómoda victoria, de entre 4 a 6 puntos, a Lula. Sin embargo, a la hora de la verdad, el resultado fue mucho más ajustado de lo previsto y en la noche se vivieron algunas horas de incertidumbre. Bolsonaro empezó ganando y no fue hasta llegar al 60% del escrutinio que Lula dio el 'sorpasso'. Al final el líder del PT consiguió la victoria por solo 1,9 puntos, hecho que señala, por un lado, la división existente en la sociedad brasileña y, por otro, el sorprendente apoyo que tiene el discurso de la reacción, el clasismo, el machismo y el racismo una vez sus representantes llegan al poder.

De todas formas, el mapa electoral de esta segunda vuelta no mes muy diferente al de hace un mes. El sur rico y el centro-oeste amazónico ha apoyado sin fisuras a Bolsonaro, y el norte, nordeste y el estado clave de Minas Gerais ha votado a Lula. Rompen esta lógica territorial dos pequeños estados norteños, Amapá y Roraima, que por estar muy cercanos a la frontera venezolana han sido sensibles a la propaganda antichavista y anticomunista de Bolsonaro. También el perfil de votantes es congruente con las anteriores elecciones: Bolsonaro ha conseguido amalgamar una robusta coalición de votantes mayoritariamente masculina, blanca, de rentas altas, antiecologista, evangélica y que ve con buenos ojos la mano dura. Lula, en cambio, se ha apoyado en un voto tendencialmente más femenino, popular, católico, ambientalista, más liberal y respetuoso con la diversidad. Pero más allá de la victoria de Lula, ha sido Bolsonaro quien más rédito ha sacado de este final de campaña, ya que consiguió incrementar un 14% su voto respecto al 3 de octubre, mientras que su contrincante solo lo hizo en un 5,4%. A ello debe sumarse casi 6 millones de votos blancos y nulos que muestran la presencia de un sector de ciudadanos hastiados con el discurso mesiánico y apocalíptico de los dos líderes enfrentados.

Con todo, Lula será el primer presidente electo de la joven democracia brasileña que opta un tercer mandato y solo por eso ya merece un respeto. Para conseguir la victoria ha tenido que hacer contorsiones ideológicas y cromáticas (su campaña empezó con el rojo y ha terminado de color blanco) y muñir múltiples alianzas con antiguos competidores y enemigos. Pero esto solo es el principio.

El nuevo presidente y su gobierno, en el que se plasmará el amplio espectro de las alianzas tejidas en su candidatura y a lo largo de la campaña, no solo tendrá que enfrentarse a un Congreso Federal y un Senado controlados por la extrema derecha bolsonarista, sino que tendrá que sortear las resistencias de un sindicato de gobernadores mayoritariamente adversos. También está en el aire saber cuál será la relación entre el nuevo Ejecutivo, la policía y las Fuerzas Armadas. Sobre este último punto es preciso señalar que, durante el mandato que finaliza, las autoridades del Ejército y de la Policía Federal han sido cooptadas por Bolsonaro. Ello explica uno de los episodios más reprobables de la jornada electoral del domingo, que fue la salida del Ejército y la Policía Federal a las calles del nordeste del país, feudo de Lula, para intentar obstaculizar la circulación y la normalidad en el ejercicio del voto. La situación que se creó fue tan anómala y escandalosa que el mismo Tribunal Superior Electoral tuvo que intervenir para exigir al presidente en funciones que ordenara a los cuerpos armados su regreso a los cuarteles y a las comisarías.

A todo ello, mientras escribo este artículo, ni Bolsonaro ni nadie de su círculo de confianza -el llamado "gabinete del odio"- se ha pronunciado. Todo el mundo espera que acepte los resultados, pero muchos temen lo peor: que no acate el veredicto de las urnas, que desautorice el Tribunal Superior Electoral y que haga alguna operación semejante a la que realizó Trump el día 6 de enero de 2021 cuando quiso quebrar la institucionalidad con un asalto al Capitolio. Es preciso ser conscientes que hasta el día 31 de diciembre de 2022 Bolsonaro será el jefe del Estado y, hasta entonces, la política brasileña estará sentada sobre un barril de pólvora.

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