La hoguera | Artículo de Juan Soto Ivars

Esto es lo que mata a la prensa en papel

¿Qué interés puede despertar la trivialidad interminable, carente de talento, prefabricada, de la retórica declarativa política?

Un pleno del Congreso de los Diputados.

Un pleno del Congreso de los Diputados. / EP

Juan Soto Ivars

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Mucho se especula con la muerte de la prensa en papel, que se resiste a morir del todo, y con las causas. No podemos ser triunfalistas. Tocas un animal en peligro de extinción. Una especie ancestral, ornitorrinca, un celacanto. Las tiradas bajan, como las persianas de los quioscos. Los móviles dan la información. Te sale por las orejas. Pasas las últimas páginas de una época. La época en que las noticias venían impresas.

Aquí va una explicación heterodoxa, la mía. Creo que una razón por la que no se venden periódicos en papel es que los periodistas y directores de la prensa diaria son, a día de hoy, junto con los directores de magazines de radio y los matinales de televisión, los únicos seres humanos que conservan un mínimo de interés por lo que declaran los políticos. Dado que un periódico lleva la carga, el lastre, de todas esas páginas de sus declaraciones, ¿quién puede quererlo? Convertir esa banalidad en peso, en objeto, es un crimen por el que tal vez merezcamos la muerte.

¿A quién más le puede importar si Sánchez ha respondido tal cosa al señor Feijóo, o la contrarréplica de este, en el Senado, que al que se gana el sueldo de comentarlo? ¿Qué interés puede despertar para cualquier otro habitante de una democracia la trivialidad interminable, carente de talento, prefabricada, de la retórica declarativa política? La bacteria que vive de la metabolización de la materia putrefacta es la única que no le hace ascos a esos olores, y esta clase de papel ha demostrado, por desgracia, una capacidad de absorción y almacenamiento inigualable. Las hemerotecas son los depósitos de cadáveres de la elocuencia política.

Esto, claro, no es una crítica a los periodistas que cubren ruedas de prensa en ministerios o sesiones parlamentarias. Hacen lo que pueden con el material paupérrimo que se les entrega. Escribir algo ingenioso o interesante con lo que los políticos declaran es como tratar de bailar el 'Black Page Part 2' de Frank Zappa. Un cronista de cinturón negro y tocado por el espíritu de Julio Camba podrá, en un brote de inspiración repentino, lanzar una vez cada seis meses -no más- una crónica parlamentaria digna de ser leída, como se lee un poema o un relato. 

Pero, ciñéndonos al contenido y la forma del discurso, es imposible. Es ordeñar una pulga, perforar una esponja en busca de petróleo, cocinar con arena, meter gas en una jaula. Las cifras que ofrecen son relativas; las gráficas que muestran son falsas; los adjetivos que lanzan no describen, los sustantivos no nombran, ni tienen sustancia, y los verbos no se traducen en actos, y las citas que a veces calzan, en un alarde de pedantería, se las ha sacado un becario de la Wikipedia, porque ellos no leen. Estuve viendo la presentación de los presupuestos de María Jesús Montero. Ni una frase suya le importaba, no ya a la opinión pública, o a la oposición, sino a la ministra. 

Su discurso es un camino trillado que se hace al hablar, y hablan como apisonadoras. El político, como el camionero que ve pasar los kilómetros de la carretera sin fijarse en ninguno, hace eso mismo con las palabras, y con ellas crea frases tontas que buscan comillas y hueco en la maqueta del periódico. Y el periodista ha de cazar esas moscas con su red, y les pone un piso, y el director lo aprueba, y el periódico llega a la calle, de esta forma, lleno de vacío. Llevo sin escuchar una entrevista interesante a uno de estos profesionales desde los tiempos de la carrera, por más que Ana Pastor o Carlos Alsina se hayan estado esforzando con el sacacorchos.

No nos dimos cuenta entonces, pero aquel día en que Mariano Rajoy se sustituyó a sí mismo por un plasma, en realidad nos estaba salvando a todos. Nos salvaba de sí mismo, porque aquel día los periodistas debieran haberse marchado, rebeldes, y no haber vuelto a acercarse jamás a una sede, ni a un congreso. Hubiéramos liberado páginas y páginas de los periódicos, que habríamos podido dedicar a textos más dignos, más enteros, más estimulantes, como la construcción de las exclusas de canal, o el sexo en la tercera edad de los rinocerontes.

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