Desperfectos

La penúltima izquierda

Quién sabe si la nueva izquierda emocionalista es más divisiva que la ideológica. Algo cambiaría si las urgencias económicas se imponen a la tentación identitaria. A veces, las necesidades reducen los extremos después de haberlos fomentado

El líder laborista de Reino Unido, Keir Starmer.

El líder laborista de Reino Unido, Keir Starmer. / Bloomberg

Valentí Puig

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La izquierda italiana queda huérfana, incluso más que una izquierda francesa sin socialismo y con el extremista Jean-Luc Mélenchon como oposición suprema a un Macron volatilizable. Muchos votantes tradicionales de la izquierda han desertado por un efecto generacional y, a la vez, porque sus líderes actuales van a por los nichos identitarios, el nuevo feminismo, los colectivos de género, etnias inventadas, la pulsión victimista o la versión más apocalíptica del cambio climático. 

En Suecia, la socialdemocracia eterna ha perdido el poder poscapitalista. Deja de ser el modelo tan 'prêt-à-porter' que incluso Jordi Pujol lo proponía. Pla le tuvo que recordar que en Catalunya no había suecos. Con la inquietud por la inmigración que ha alterado el mapa político europeo, la izquierda atomizada y endeble se aferra al menú del día: una política emocionalista que satisfaga la credulidad tan enquistada, de modo anómalo, en la sociedad de la información. A derecha e izquierda, las tesis conspiratorias recaudan un capital de votos. Raza y género subliman la diversidad y la contraponen a las políticas austeras. El Estado se endeuda y nuevas generaciones habrán de pagar los intereses. 

Quizás la izquierda practicable se recupere en el Reino Unido, por poco que los laboristas centren su programa para desahuciar a unos 'tories' que se buscan la ruina con un ánimo inimitable. El actual líder laborista, Keir Starmer, llegó a la rotonda centrista poniendo en la picota a su antecesor, el radical Jeremy Corbyn, un obstáculo escarpado en la entrada de Downing Street, como siempre lo han sido el izquierdismo y el neutralismo para los laboristas. Starmer lleva 27 puntos de ventaja a los conservadores y tiene flexibilidad para reubicarse. En Alemania, la socialdemocracia pragmática de Olaf Scholz ya está en el poder –con el respaldo de los verdes y los liberales transformistas- y si lo logró fue no agitando las aguas, para parecer tan estable como Angela Merkel. Ha incrementado el presupuesto de Defensa y se dispone a pasar por el largo invierno del descontento gasístico.  

En España, Pedro Sánchez ha sustituido las razones del felipismo por las emociones de Podemos y Yolanda Díaz. El voto de lealtad al PSOE puede hacerse abstencionista por la asociación con Podemos o los apoyos parlamentarios de Bildu y ERC. Si la ley transgénero está siendo un episodio de alta tensión es porque han chocado el PSOE de siempre y el de ahora, tanto como dos formas de entender el feminismo. Quién sabe si la nueva izquierda emocionalista es más divisiva que la izquierda ideológica. Algo cambiaría si las urgencias económicas se imponen a la tentación identitaria de la penúltima izquierda. A veces, las necesidades reducen los extremos después de haberlos fomentado. Sería volver al centro-izquierda, a la gestión socialdemócrata más pragmática. 

La izquierda entre turbulencias es una oportunidad electoral para el centro-derecha, siempre y cuando no tenga que esforzarse en renovar ideas y estrategias: es decir, si para llegar al poder le basta con las garantías de su gestión en el pasado. En busca de un horizonte de izquierdas, definirse como progresista ahora mismo significa poco. Con tantas crisis de presente ni el progreso es lo que era.