Golpe franco

Yendo al fútbol con un muchacho madridista

Esta tarde de domingo se presenta, para mis colores, como el reinado de Vitiza, oscuro, tremendamente oscuro

El nuevo Bernabéu.

El nuevo Bernabéu. / RMCF

Juan Cruz

Juan Cruz

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Un amigo madridista, Luis de Carlos, nieto de uno de los mejores presidentes que tuvo el Real Madrid, que tenía también su nombre, autor de un libro sobre un ilustrado francés y gaditano, Abelardo de Carlos, impresor, periodista, fundador, con otros, del Círculo de Bellas Artes de Madrid, ha tenido la gentileza de invitarme al fútbol, acompañado. Me ha invitado, en realidad, porque sabe que conmigo irá un madridista, entusiasmado ante la perspectiva de ver en el Bernabéu al equipo que adora. 

Yo soy el abuelo de ese madridista al que mi amigo Luis quiere agasajar. Como aún este muchacho madridista tiene 11 años y necesita compañía para hacer los desplazamientos y otras logísticas que requiere el acceso a un estadio de esas dimensiones, el abuelo parece una compañía adecuada. 

De modo que aquí estoy, depositario de unas entradas que nos darán acceso al partido del año que el nieto Oliver, al que ya he presentado aquí otras veces, ha empezado a celebrar como una victoria segura. No lo supongo, sé que él ya parte sabiendo que el resultado me va a ser desfavorable. Me lo dijo en cuanto el Barça empezó a flaquear, y ahora que ya flaqueó ante el Inter de manera entre surrealista y abochornada no he sentido ganas de preguntarle por lo que le inspira el porvenir de este domingo a los que tenemos el corazón azulgrana. 

Esta afición contradictoria que tienen abuelo y nieto ha conocido tiempos mejores para el mundo culé. A las semanas de haber nacido, por supuesto muchísimo antes de que él optara por los colores blancos para teñir su corazón futbolístico, mi amigo y compañero Lluís Bassets le hizo llegar una equipación completa para que esa fuera su primera vestimenta. Coincidió, hace 11 años, con los mejores goles de nuestra vida. Le hice entonces una fotografía al nieto y, entre otras personas, se la envié a uno de los barcelonistas que más quiero y admiro, Pep Guardiola, acaso el que mejor ha interpretado a lo largo de las últimas décadas la herencia de aquel Barça de Ramallets y de Kubala y de Suárez con los que matriculé mi barcelonismo. Guardiola, cuyo sentido del humor es tan potente como la seriedad con la que se toma el fútbol, bromeó en esta ocasión al ver a aquel bebé embutido en los colores más potentes de nuestro sentimiento futbolístico: “Ya llenará los pantalones”.

Ya los llena, evidentemente, pero Oliver es del Madrid, blanco de la noche a la mañana. Un día le preguntó a su madre por el balance que había entre copas ganadas por los blancos y por los de mis colores. Esa aritmética lo sacó de dudas. La primera vez que le llevé a un clásico este se celebraba en el Nou Camp. El 5-1 lo llevó a decir, entre lágrimas: “No me vuelvas a traer a este campo”. La otra vez que lo llevé al fútbol de primera fue en Madrid, el equipo local jugaba ante Osasuna. Aquel partido anodino no le quitó las ganas de gritar a favor de su equipo, y a su lado yo seguí el 0-0 final como resumen del juego habido entre los dos contendientes, uno de los cuales Oliver jaleó sin reposo. 

Cuando enfocábamos el túnel de salida, un sobrino igualmente madridista pidió la opinión sobre el partido que tuviera mi joven compañero de grada. Este grabó en el móvil el siguiente mensaje: “Aburrimiento extremo en Chamartín”.

Esta tarde de domingo se presenta, para mis colores, como el reinado de Vitiza, oscuro, tremendamente oscuro. A mi lado tendré la contrapartida, un muchacho que esperará desde el principio una pila de goles blancos. Ante una situación así haré lo que se aconsejaba a sí mismo un periodista cínico que se llamaba Emilio Romero: “Cuando llueve saca el paraguas, y cuando no llueve cierra el paraguas”. Iré con paraguas, por si acaso. Pero no me rindo, a Oliver no le gustaría verme rendido, aunque sí enchumbado de lluvia.  

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