Artículo de Andreu Claret

Las ensoñaciones de Junqueras

Multimedia | Los integrantes del nuevo Govern de Pere Aragonès, uno a uno

No se le debería escapar a Junqueras que la soberbia es uno de los siete pecados capitales. Por el momento, parece que Aragonès cultiva virtudes más ponderadas

Oriol Junqueras

Oriol Junqueras / David Castro

Andreu Claret

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Oriol Junqueras es uno de los políticos más singulares del nacionalismo catalán. En una década que ha encumbrado personajes como Carles Puigdemont o Quim Torra, por hablar solo de quienes siguieron a Josep Tarradellas, es difícil ponerse de acuerdo sobre quién ocupa el liderazgo en materia de extravagancia. Pero tanto Torra como Puigdemont, son, por así decirlo, más transparentes. Nunca han pretendido engañar a nadie. Siempre han sostenido posiciones extremistas que chocan con el talante habitual del nacionalismo (si exceptuamos los momentos de ‘rauxa’). El único que se confundió fue Artur Mas cuando pidió a Puigdemont que le sustituyera, pensando que su vuelta al poder era pan comido. Junqueras, en cambio, es un político enrevesado, a veces ininteligible, cuyos razonamientos recorren meandros insondables, algunos propios del mundo real, y otros anclados en un mundo paralelo donde la política se alimenta de una interpretación torcida de la historia y de una moral cristiana binaria, basada en el bien y el mal.

Intentar entender cómo se decanta su pensamiento viene al caso por las declaraciones con las que ha definido el momento político actual tras la salida del gobierno de Junts per Catalunya. Al día siguiente de que el tándem Puigdemont-Borràs le hiciera un feo histórico a Pere Aragonès (el primer presidente de la Generalitat de Esquerra Republicana desde la transición), Junqueras dedicó más tiempo a hablar de los socialistas que de los antiguos convergentes. En todo caso, su arremetida contra el PSC se llevó todos los titulares, cuando se mostró dispuesto a todo menos a negociar los presupuestos con Salvador Illa. O sea, tal y como están las cosas en la cámara catalana, dispuesto a pasar de 33 votos a 41, sumando los escaños de los Comuns que lidera Jessica Albiach. Otra vez, el mundo paralelo en el que suele recluirse Junqueras cuando tiene que hacer frente a una crisis de fondo como la actual, teniendo en cuenta que la mayoría del Parlament son 68 escaños, inalcanzables sin sumar al PSC.

Junqueras tiene todo el derecho de embestir contra Miquel Iceta y Salvador Illa, como corresponde entre fuerzas que tienen en común una parte de su espacio político. Pero no creo que este fuera el momento más oportuno para hacerlo, ni que los argumentos utilizados fueran de recibo. Al día siguiente de que Junts intentara tumbar el Gobierno de Aragonès (¡su gobierno!), tenía más sentido dirigir sus dardos hacia los antiguos convergentes (que también compiten con Esquerra) que hacia un partido cuyo líder se ha ofrecido, durante toda la crisis, a dar estabilidad a la política catalana, o sea en negociar, sin exigencias previas, los presupuestos.

Son estos los momentos en los que la actitud de Junqueras resulta sorprendente, imposible de racionalizar, como cuando animó a Rufián a exhibir las 30 monedas de plata de Judas Iscariote. Máxime cuando se atiende al argumento central que ha esgrimido para negarse a negociar con los socialistas: supuestos aplausos de los dirigentes del PSC a su encarcelamiento que no constan en ninguna hemeroteca. ¿Cómo puede basar su argumentario, en un momento tan crítico como el actual, y sobre una cuestión tan decisiva como la aprobación de nuevos presupuestos, en el hecho de que Iceta no le visitara en prisión? Podrá criticarse, o no, que no fuera, pero no hace falta ser socialista para saber que si Junqueras está hoy en libertad, es en gran parte por el empeño que puso Iceta en indultar a los líderes del ‘procés’. En algún otro momento, Junqueras ha recordado que ERC fue el partido más perseguido por el franquismo. Cierto, sobre todo en lo que se refiere a cargos públicos. Pero utilizar esto para diferenciarse de las demás fuerzas republicanas de 1936 haría revolver en sus tumbas a Lluís Companys, o Manel Serra i Moret.

No se le debería escapar a Junqueras que la soberbia es uno de los siete pecados capitales. Ni él, ni ningún político catalán, puede contemplar la crisis de estos días sin sentirse interpelado. La modestia y el sosiego parecen virtudes más adecuadas para hacer frente a una crisis que tiene sus orígenes en las falsas ilusiones creadas por el ‘procés’ y en la respuesta imbécil del Gobierno de Rajoy y de buena parte del Estado. Por el momento, parece que Aragonès cultiva virtudes más ponderadas, tanto en la respuesta que ha dado al órdago de Puigdemont como en la composición de su nuevo Ejecutivo, con incorporaciones como las de Quim Nadal, Gemma Ubasart y Carles Campuzano, procedentes respectivamente de los espacios del PSC, Comuns y la antigua Convergència. Las seguirá necesitando si quiere encontrar en el Parlament apoyos necesarios, y sería mejor, para él y para todos, que Junqueras se cogiera unos días de retiro espiritual.

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