Crisis de Govern

La salida de Junts del Govern: Puigdemont se toma la revancha

Ha vivido la presidencia republicana como una tragedia, arrepentido por haber cedido la responsabilidad de negociar el Govern a su entonces número dos Jordi Sànchez

Junqueras y Puigdemont.

Junqueras y Puigdemont.

Sergi Sol

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Puigdemont vivió la investidura de Pere Aragonès con desazón, carcomido por la derrota electoral ante un candidato mucho más joven y tierno. Con la consulta interna a la militancia ha logrado deshacer lo que vivió con resignación, cuando dejó la negociación del pacto de Govern en manos de Jordi Sànchez. Desde entonces ha vivido la presidencia republicana como una tragedia, arrepentido por haber cedido la responsabilidad al número dos.

El desdén de Puigdemont para con los republicanos es una constante que define su trayectoria desde que se aupó a la presidencia designado por Mas. En particular, no traga a Oriol Junqueras. Es su bestia negra. Incluso dedicó dos agrios volúmenes al líder republicano mientras este estaba en la cárcel. No son pocos los periodistas que le visitaban en Waterloo y que retornaban escandalizados ante el frenesí del Puigdemont cuando se frotaba las manos contándoles que iba a poner a Junqueras de vuelta y media. Y lo hizo, pese a las llamadas a la moderación de algunas personas. Le pesaba más su aversión por Junqueras que cualquier entente o razonamiento.

Como se suele decir, quien sigue la consigue. Puigdemont ha logrado finalmente la salida de Junts del Govern de Aragonès luego de urdir una cuestión de confianza sin el conocimiento de la Ejecutiva de Junts, de sus diputados o del grueso del Govern. A las bravas y a hurtadillas.

Contra todo lo que se ha dicho, ha ganado el estómago. La campaña del 'puidemontismo' para abandonar el Govern se basaba en arremeter contra los compañeros de filas. Se querían quedar en el Govern -decían- para no perder el sueldo como si los gerifaltes del tándem Puigdemont-Borràs no estuvieran también a sueldo. Solo que estos, mayormente, tienen el sueldo en el Parlament, en su Consell x la República, en el partido o en la Diputación de Barcelona como ese asesor de Borràs, recolocado en la institución presidida por la presidenta del PSC con el dócil apoyo de Junts.

Puigdemont ha ido con todo. Incluso advirtió a sus allegados que rompería el carnet de Junts (aunque sea virtual) en el caso de que ganara la opción de salir del Govern. Además advirtió que la Lista Cívica –se supone que con su bendición- sería inevitable en este supuesto. El diputado Cuevillas tampoco se cortó un ápice cuando especuló con una escisión en el caso de victoria de los partidarios de seguir en el Govern.

No se puede decir que no se haya empleado a fondo. Ha sudado la camiseta y pese a eso ha ganado por un margen muy ajustado que deja heridos y desamparados. Excepto sus incondicionales fieles, todos a buen recaudo.

Puigdemont, con el laurismo de aliado, ha evitado una derrota colosal que hubiera dado el pistoletazo de salida a la Llista Cívica de la ANC que ahora el líder en el exilio podrá modular más a su antojo. Manejando los tempos, sin prisa excesiva pero sobre todo sin pausa. A partir de hoy su principal cometido será erosionar sin tregua el Govern de Aragonès y provocar elecciones anticipadas.

Puigdemont ha salvado su particular 'match ball'. Si hubiera perdido la apuesta hubiera sido un bofetón interno que dejaba maltrecho su liderazgo. En cambio, la victoria le permite retomar el rumbo que deseaba (el mando siempre lo tuvo) y acaricia la idea de una nueva fórmula electoral que le permita cambiar unas encuestas esquivas y espolearse la subordinación a un Govern de ERC, su principal objetivo a batir. El resto es tan de cara a la galería como el 'nosurrender' del diputado Cuevillas, el que salió por patas de la Mesa del parlament cuando intuyó ver las orejas del lobo.