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Desafío ultra en Italia

Albert Garrido

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Europa va de sacudida en sacudida a propósito del ascenso de la extrema derecha, de la disposición de la derecha tradicional a entenderse con ella y de la incapacidad del centroizquierda y, en general, de los partidos progresistas de oponerse eficazmente a su ascenso. Un populismo que promete sacar del atolladero a las clases medias gana adeptos en todas partes mientras la profundidad de la crisis en curso y las secuelas que siguen ahí de la de 2008 alejan de las urnas a más y más votantes que hasta fecha reciente se personaban regularmente en ellas. En esta encrucijada europea, la victoria de Hemanos de Italia, una organización posfascista -un “fascismo disimulado” lo llama el escritor italiano Stefano Bartezzaghi- que entronca con el legado del Movimiento Social Italiano, no es más que el último precipitado de una combinación de factores sociales, políticos y económicos que impugnan el modelo democrático europeo.

Lo que en alguna ocasión se ha definido como “la claudicación de la izquierda” frente a las recetas neoliberales puede que sea una de las causas del fenómeno en curso, pero hay algunos otros tanto o más importantes. Sin duda, la incapacidad de la izquierda de ofrecer alternativas concretas para preservar el Estado del bienestar se halla detrás de la progresión del populismo ultra, pero también desempeña un papel muy importante en el auge de la derecha enardecida la dificultad de los conservadores moderados de distinguirse de las corrientes progresistas y viceversa. Hay una cercanía programática y en la acción política entre el centroderecha y el centroizquierda que, según resalta el politólogo Ian Buruma, apenas permite establecer grandes diferencias entre ambas corrientes. Hay tal proximidad efectiva en asuntos cruciales como la gestión de los flujos migratorios, la adaptación del mercado de trabajo a la revolución tecnológica y las formas dubitativas de afrontar la emergencia climática que es difícil que cuajen complicidades estables entre partidos y electores.

Italia no es una excepción en esta sensación cada vez más extendida de que todos los partidos del establishment son lo mismo (todos los políticos son iguales, se dice). El Gobierno tecnocrático de unidad nacional, encabezado por Mario Draghi, ha contribuido, sin pretenderlo, a asentar esa idea y ha permitido a Hermanos de Italia y a su líder, Giorgia Meloni, presentarse como lo único diferente, genuinamente capaz de cambiar las cosas. Al mismo tiempo que el encaje de los partidos en el puzzle gubernamental se manifestaba más complicado, crecían las expectativas de Hermanos de Italia, ausente del Ejecutivo y a salvo de cualquier desgaste ante la opinión pública, hasta dar el gran salto del 25 de septiembre al pasar del 4% de los votos obtenido en 2018 al 26%.

Dice Ian Buruma que “todas las formas de populismo de derecha tienen ciertas cosas en común”. Y añade: “La política del resentimiento atrae a las personas que se sienten relegadas e ignoradas. En la mayoría de los países, cuanto más te adentras en las provincias, peores sentimientos se detectan hacia las llamadas élites”. Eso también se pone de manifiesto en Italia, aunque a partir de ahí surge la gran contradicción: no es posible deslindar de las élites a la mayoría de promotores de la extrema derecha, incluida la propia Georgia Meloni. Más o menos encubierto, existe un vínculo emocional entre los herederos del fascismo y una parte de las élites que generación tras generación se han pasado el testigo de la añoranza del pasado.

Hasta no hace tanto, era posible escuchar en determinados entornos de Roma y Milán, cuando algo funcionaba mal, “esto con él no pasaba”. Este él hacía referencia a Benito Mussolini, al régimen que se hizo con el poder a partir de la marcha sobre Roma, de la que el 27 de octubre se cumplirá un siglo. El duce se escudó en una mezcla de inquietudes sociales y eficacia logística para legitimar el régimen ante una parte importante de la opinión pública, aunque el precio fueron las libertades cercenadas, la persecución de los adversarios y la ascensión de una nueva élite gubernamental al servicio de los intereses del establishment económico tradicional. Lo que Meloni resucitó cuando invocó a Mussolini fue solo la fachada propagandística de su régimen, obviando la tragedia que desencadenó.

De hecho, el recorrido seguido por Meloni no es muy diferente en términos de discurso y deformación del pasado al enfilado en su día por quienes la precedieron en la empresa de resucitar a la extrema derecha, desde Giorgio Almirante a Gianfranco Fini, desde una parte no desdeñable de los colaboradores más próximos de Silvio Berlusconi a los impulsores de La Liga. Favorecidos todos en su empresa durante los últimos treinta años por la quiebra del sistema de partidos que siguió a la operación Manos Limpias (1992), a las sucesivas reorganizaciones del espacio político, a la implosión de la democracia cristiana y la desaparición del Partido Comunista, reencarnado en diferentes siglas de cariz socialdemócrata hasta llegar al Partido Democrático. Un largo proceso de degradación de las referencias políticas más asentadas que llevó a una parte muy importante del electorado a buscar en lo más nuevo la resolución de viejos problemas, de la Forza Italia triunfante de 2001 a la aparición del Movimiento 5 Estrellas.

Bill Emmott, exdirector de The Economist, escribe: “Hay pocos motivos para creer que [Meloni] cambiará el rumbo de Italia en aspectos significativos para los mercados o los socios internacionales del país”. Es posible que la Realpolitik suplante los discursos preelectorales de la previsible nueva primera ministra de Italia y que se atenga a las exigencias de Bruselas, reduzca su nacionalismo a proclamas sin consecuencias y mantenga como propio el enfoque de la OTAN en la guerra de Ucrania, algo que ya ha hecho. Pero lo que realmente está en juego es el arraigo de la cultura democrática, la capacidad expansiva de relativizar las tradiciones democráticas que puede tener Italia, uno de los seis países firmantes del Tratado de Roma y tercera economía de la Unión Europea. Es de tal envergadura el peso de Italia, de su cultura, de su legado histórico, de cuanto forma parte del compromiso democrático europeo que la victoria de Georgia Meloni obliga a temer que contagie a otras sociedades que atisban el futuro con enorme desconfianza, en medio de grandes dudas.

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