Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

La última de la fila

¿Por qué se han empeñado todos estos ciudadanos británicos en hacer colas kilométricas para pasar tres minutos en Westminster y contemplar un féretro de roble inglés, forrado de plomo y envuelto con una bandera? Para decir que estuvieron ahí

Ciudadanos muestran sus respetos a la reina Isabel II durante el paso del féretro de la monarca por las calles

Ciudadanos muestran sus respetos a la reina Isabel II durante el paso del féretro de la monarca por las calles / MAJA SMIEJKOWSKA / REUTERS

Josep Maria Fonalleras

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¿Por qué hacemos cola, si no es por necesidad? ¿Por qué se han empeñado, pongamos por caso, todos estos ciudadanos británicos (y algún turista) en hacer colas kilométricas (de espacio y de tiempo), agotadoras colas de día y de noche, horas y horas de caminar lento y parsimonioso, para pasar tres minutos, a lo sumo, en la gran sala del Palacio de Westminster para contemplar no el cadáver (eso son cosas del Vaticano o del Kremlin) sino un féretro de roble inglés, forrado de plomo y envuelto con una bandera? Para decir que estuvieron ahí. Para sentirse protagonistas de la historia. En unos tiempos en los que necesitamos la certificación de la imagen propia para mostrar y demostrar que estuvimos allí, que hicimos o vimos, se nos ofrece una circunstancia inesperada. Sin móviles a mano, sin la posibilidad de dejar constancia de la vivencia, los miles de ciudadanos que fueron a ver a Isabel II sólo podrán decir que estuvieron allí porque saben que estaban allí. Y eso lo recordarán siempre, como si fuera el hito de sus vidas (hay quienes así lo han dicho), sin más notario que su recuerdo.

Quien sí podrá decir que estuvo, con imágenes, es la señora que fue la última de la fila. En la noche del domingo, cuando los vigilantes calcularon que ya nadie más podría entrar en el recinto con tiempo para poder acceder al velatorio, comunicaron a una mujer mayor, de pelo rubio y con gafas, con rostro cansado y con un anorak azul y una botella de agua en la mano, que ella sería la última de toda la multitud. "Que Dios te bendiga", dijo al oficial de guardia. Le pusieron uno de esos brazaletes que te colocan en la muñeca en los conciertos y, frente a las cámaras de la BBC, emprendió el camino de obstáculos en forma de laberinto de vallas hacia el féretro expuesto. Le acompañaba su nieta y se la veía ausente y a la vez afortunada, descolocada por ese raro privilegio y también excitada por la sorpresa. Al fondo, el primero de los que se quedaron fuera se ponía las manos en la cabeza para expresar su mala suerte. Siempre podrá decir que él no estuvo, pero que estuvo a punto de estar. Quien no se consuela es porque no quiere. O como decían Quimi Portet y Manolo García: “Este es mi destino, al cabo de la calle estoy”.

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