Artículo de Ernest Folch

¿Es Junts o es Convergència?

No hay una crisis de Govern sino una crisis en Junts, que ha llegado a su encrucijada final: ser a la vez un partido revolucionario y un partido de orden ya no es posible

Puigneró y Aragonès, en el Parlament

Puigneró y Aragonès, en el Parlament / EFE / Quique García

Ernest Folch

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Dentro de 10 días expira el ultimátum que lanzó por sorpresa Junts a Esquerra el pasado 29 de agosto en una comparecencia conjunta de Jordi Turull y Laura Borràs. La política catalana, adicta a poner fechas en el horizonte, ya tiene otra fecha señalada en el calendario, sin que termine de saberse por qué esta vez era un mes, y no tres o seis. Hay un independentismo que tiene una relación acelerada con el tiempo desde que se interiorizó aquel "Tenim pressa", que en lugar de facilitar los objetivos terminó hundiendo a los líderes en la precipitación. Con esta nueva fecha Junts pretendía presionar a su socio de gobierno pero a medida que nos acercamos al plazo límite parece volverse en su contra como un bumerán. Los nervios desembocaron en otra maratoniana y estéril reunión en el Palau la pasada semana que puso en evidencia el colapso en el que se encuentran las relaciones entre los dos socios de gobierno.

Esquerra y Junts han llegado al punto de no retorno en el que se visualizan nítidamente sus dos estrategias irreconciliables: mientras uno apuesta por la mesa de diálogo, la negociación y el equilibrio en Madrid; los otros dicen apostar por la confrontación. Sin embargo, basta acercar un poco la lupa para ver que mientras Esquerra es un bloque sin grietas, Junts tiene problemas cada vez más graves para mantener la apariencia de unidad interna ante cada piedra que se encuentra en el camino. La posible salida del Govern ha partido entre dos el partido: por un lado, la presidenta del partido Laura Borràs, el vicepresidente Puigneró y evidentemente Puigdemont lideran el bloque del unilateralismo, partidarios de abandonar un Govern en el que no pueden casar sus proclamas utópicas con la cruda realidad. En contraposición a ellos, el independiente 'conseller' Giró (con la complicidad de la 'consellera' Alsina) representa el pragmatismo de Junts: rechaza la salida del Govern y explora abiertamente la geometría variable con el demonizado PSC para poder aprobar los presupuestos. En este último grupo se ha sumado Xavier Trias, alcaldable por Barcelona, que pide sin tapujos que el partido "ponga orden" y evidentemente se quede en el Govern.

Entre la utopía y la realidad Jordi Turull intenta encontrar un punto medio que parece imposible si además se autopresiona con ultimátums estériles. Por eso lo que es cada vez más irrelevante es el desencuentro entre Esquerra y Junts, que por otra parte es estructural e irresoluble. Lo verdaderamente decisivo es el desencuentro dentro del propio Junts, que está a pocos días de decidir si quiere seguir siendo Junts o quiere volver a ser Convergència. Es decir, si quiere echarse al monte en la vía jamás explicada de la confrontación, o vuelve al redil de su propio gen, que es el del pacto y el arte de mantenerse en el poder. Esta es la fenomenal distancia que separa hoy a Laura Borràs y Jaume Giró a pocos días de llegar a la encrucijada final. Ser a la vez un partido revolucionario y un partido de orden ya no es posible. De quien gane esta batalla interna dependerá la suerte no solo de Junts sino también de la política catalana en los próximos años. A su lado, Esquerra asiste al choque con una indisimulada sonrisa: el creciente tono hostil de Junqueras hacia Junts permite pensar que los republicanos no solo no temen sino que desean su salida del Govern y ya se frotan las manos imaginando un gobierno en solitario y a placer con tímidas abstenciones del PSC. En cualquier caso, el dilema de Junts es monumental: decepcionar a sus radicales pero mantenerse en el poder o seguir huyendo hacia adelante sin ninguna influencia. Complacer al simplismo de Twitter y ejercer la política desde la complejidad son dos cosas incompatibles, como sabe muy bien Esquerra, que ya hace tiempo que tiene descontadas las críticas de los hiperventilados.

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