GOLPE FRANCO
Con el himno no basta
Juan Cruz
Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.
El Barça tiene pulmones, Pedri, Busquets, (el sevillano) Gavi, y el Sevilla tiene un himno que enciende el graderío. Pero con el himno no basta. Lopetegui ha firmado un modo de ser que no garantiza el éxito: tiende a culpar al aire, o a cualquiera, de lo que le pasa, y lo que le pasa es que ni siquiera aplica el ritmo de esa música himníca que el aficionado sevillista corea con un entusiasmo que esta vez se fue diluyendo como se rompen “las cosas que nadie rompe, pero se rompieron”.
Ese entrecomillado es un verso de Pablo Neruda, y alude ahora con autoridad poética a ese Sevilla roto. No estuvo roto anoche sólo por sus defectos, sino sobre todo por las convicciones atacantes del Barcelona. Reinó en el campo la teoría (y práctica) de Xavi, heredada de Pep Guardiola. El fútbol se juega aquí desde la portería propia, de modo que el Barça representa ahora un tesoro del juego: la jugada total.
Nadie está ausente de ese sortilegio. No hay futbolista en el campo, ni el portero, que no tenga esa lección bien aprendida. Ter Stegen ya no arriesga, pero la buena costumbre de jugar el balón hasta cuando está rodeado es mucho más que una orden: es un estilo. Los delanteros, incluso Dembelé, saben también que el fútbol no es la fiesta que se practica en el área ajena. El peligro que acecha en el área propia ha de ser combatido por los artilleros, así que ahí tenemos al genial (y ayer, además, estúpidamente egocéntrico en el uso de sus oportunidades) Dembélé bajando a buscar remedios a las acometidas sevillistas.
Hay en este Barça (en el de anoche, en el de estos días) la obligación radical de la autocrítica, y eso hace fiables a sus futbolistas. Claro, esa actitud nace del lado más ilustre del presente fútbol barcelonista: el de Xavi es un grito perpetuo de autoridad, de modo que puede decirse que además de los que están en el campo ahora juega también ese muchacho entrado en años que aprendió de grandes maestros que el Barça es un estilo de juego, un alma, un pulmón y una exigencia: el fútbol es música, pasión por interpretarla y, de cara al público, por gozarla.
Frente a esa legión de virtudes el Sevilla opuso una voluntad que se queda corta. La voluntad, ni en el fútbol ni en nada, es insuficiente para amedrentar a los adversarios, es precisa una inteligencia asociativa que esta vez al menos no se percibió en el equipo en cuya dirección languidece Lopetegui. Al contrario, el Sevilla dejó que el entusiasmo fuera del visitante, y esa debe ser una herida muy fuerte en el corazón sevillista, cuyo himno se fue aguando como una lágrima que cayera sin fuerza sobre el río Guadalquivir.
Unas líneas sobre Lewandowski. Una bendición para el Barça y para los muchachos que quieren aprender a jugar al fútbol. Es, como Messi, un futbolista con música, y eso lo convierte en un maestro, en un deportista que quiere que les vaya bien a los otros, que se alegra de jugar y que le ha dado al Barça una moral que parecía diluida hace algo menos de dos meses. Lewandowski es un himno en sí mismo, un modo de ser, un artista.
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