Análisis de Joan Vila

Descubriendo la recesión europea

La economía se dirige hacia situaciones graves. La primera es el incremento de la inflación, y eso afectará al poder de compra, a la producción de bienes y servicios, al paro y a los presupuestos públicos, con recortes. Vamos hacia una recesión similar a la de los años 80

Trabajos en el gasoducto Nord Stream 2.

Trabajos en el gasoducto Nord Stream 2.

Joan Vila

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Los últimos días de agosto han servido para que mucha gente que acudió de vacaciones sin querer preocuparse de la crisis que venía –«que no nos hablen de la crisis, tenemos derecho al verano», dijo Pepe Álvarez– descubra con pánico el escenario que se presenta ante nosotros. El precio del gas en el mercado europeo lo tenemos por encima de 300 €/MWh (el pasado viernes llegó a 339 €) y el precio de la electricidad en España ha llegado esta semana a 436 €/MWh, subiendo para llegar un día a 500 €/MWh arrastrado por el precio del gas.

En este contexto, la economía se dirige hacia situaciones graves. La primera es el aumento de la inflación, hoy al 10% pero que los estudios econométricos ya sitúan al 18% en Gran Bretaña para el 2023. Y eso, cómo no, afectará notablemente al poder de compra de la gente y a la producción de bienes y servicios. También aumentará previsiblemente el paro de forma importante y afectará negativamente a los presupuestos públicos con recortes. Además, la reacción de los bancos centrales para frenar la inflación es la de subir tipos de interés y sacar dinero del sistema (que ellos pusieron de forma excesiva para salir de la pandemia). En definitiva, nos dirigimos hacia una recesión similar a la de los años 80.

Reservas y producción

¿Por qué sube tanto el gas, por qué el comportamiento del mercado es tan exagerado? Que un mercado suba de 20 a 25 es ya un movimiento importante, pero que pase de 20 a 300 es que algo muy grave falla. El mercado del gas, como todos los de materias primas, es un mercado muy elástico, que reacciona de forma inmediata a cualquier presión, siendo a la vez muy especulativo, precisamente por eso. El gas y el petróleo se rigen en el mundo por la relación entre reservas y producción –la llamada relación reservas/producción (R/P) determina cuántos años puede haber suministro. En el gas esta relación ha bajado desde 57,5 en 2000 hasta 48,8 en 2020, lo que no ha provocado ningún cambio significativo de precio en estos 20 años. A nivel internacional el precio del gas se mantuvo dentro de valores razonables hasta mayo de 2021. ¿Qué pasó ese mes? Que todo el mundo se dio cuenta de que la demanda de todos los productos en el mundo habían entrado en una presión que la oferta, la P, no podía suministrar, fruto de una inyección masiva de dinero que los bancos centrales habían hecho. En el gas también lo hizo porque China, Estados Unidos y Europa habían decidido cerrar el carbón y suplirlo por gas, sin mirar si había suficiente disponible. En Europa las tensiones con Rusia iban subiendo, decidiendo no abrir el nuevo gasoducto Nordstream 2, lo que se agravó el 21 de febrero cuando Rusia invadió Ucrania. El pico fue de 39 hasta 230€/MWh. La situación se normalizó hasta alcanzar un valor de 80 que se prolongó hasta junio pasado, cuando Rusia empezó a decir que no tendría resuelto el mantenimiento de los compresores de gas, creando el pánico que ha llegado hasta la fecha.

La curva de la oferta ha levantado tanto su pendiente que, para volver a tener precios asequibles para la economía, habría que bajar el consumo dos terceras partes de lo que tenemos ahora, y eso es imposible: no vamos a reducir el consumo en Europa más allá de un 25-30%. Por tanto, la acción que puede hacer Europa para resolver la presión de pánico que hace Rusia no puede ser exclusivamente una política de disminución de consumo superfluo. ¿Recuerdan a Mario Draghi cuando hizo frente a la amenaza de los mercados financieros contra el euro? Les dijo: yo tengo la máquina de hacer billetes y la haré ir lo que haga falta para salvar el euro y para evitar que ustedes salgan con la suya –whatever it takes. Pues ahora habría que realizar una acción similar. Si las industrias que consumen más energía (siderurgia, cemento, química, papel, cerámica y vidrio) cierran la producción un mes, o una semana cada mes, y la Administración les ayuda a pagar los gastos fijos del paro, el efecto sobre el mercado será el mismo que hizo Draghi. El gas almacenado subterráneamente en Europa estará lleno el 1 de noviembre y nos da seguridad hasta el mes de abril, lo que debería acompañarse con una medida coercitiva como la que propongo.

Medidas drásticas

En 1974, Gran Bretaña tenía una grave situación energética derivada del primer choque del petróleo, la inflación que siguió y de la gran huelga de los mineros de carbón. El primer ministro Edward Heath decretó cerrar las luces de las ciudades al menos la mitad de cada semana e introdujo el concepto de ahorro de tres días limitando la electricidad a las empresas para ayudar a la economía. Las televisiones cerraban a las 22:30 h. y los pubs también. Ahora Europa podría hacer una acción similar si cierran los seis sectores más energívoros de la economía, mientras dice muy alto que lo hará mientras haga falta. Las guerras psicológicas deben resolverse con actos de la misma magnitud. Pero nos falta el Draghi de rigor. La otra solución, si no se controla el mercado, será que los clientes no paguen, como el movimiento inglés Don’t Pay (no pagues) que cuenta ya con un millón de afiliados. Si este movimiento llega a Francia (quen el gobierno deje de pagar parte de las facturas a los consumidores, como está haciendo ahora), la crisis energética en Europa entrará en los libros de historia.

Pase lo que pase, los valores del gas no volverán a sus valores históricos de 20 €/MWh y será necesario que la economía vaya ajustando el uso de la energía, cambiando el gas por aerotermia, por biogás, por biomasa y por hidrógeno en la industria, por más electricidad renovable... un cambio que no se hace en pocos días pero que requiere una presión considerable, solo posible si el relato que le acompaña es lo suficientemente grande para hacer ver a la gente que debe adaptarse su forma de consumir.

Transición cultural

Este era el gran ausente en el camino que hacemos de la transición energética: la transición también es cultural, de dejar de viajar tan lejos, de consumir lo que se necesita y no más, de tener un ocio local, de agradecer más la ayuda de los amigos... y eso necesita un relato que lo haga entender. La disminución del poder de compra, el aumento del paro, el cierre de empresas nos lo hará entender de repente. Éramos unos ingenuos si pensábamos que la transición energética podríamos hacerla sin caer en una crisis importante. Ahora hay que tomarlo en positivo, aprovechando las oportunidades que la nueva situación presenta para realizar el cambio de modelo de sociedad.

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