Artículo de Joaquim Coll

La lección que Gorbachov no escuchó

Pasqual Maragall pasea del brazo a Mijail Gorbachov por el Fòrum Urbano Mundial, que inauguró en el 2004.

Pasqual Maragall pasea del brazo a Mijail Gorbachov por el Fòrum Urbano Mundial, que inauguró en el 2004.

Joaquim Coll

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En octubre de 1990, Mijaíl Gorbachov visitó oficialmente España en compañía de su esposa Raisa. Otra de las novedades del dirigente soviético, además de su juventud en comparación con la gerontocracia de la época de Brézhnev, es que se exhibía en público con su mujer, a la que trataba con atención y respeto. En Madrid generó un nivel de interés de auténtica locura, e hizo también una veloz escapada a Barcelona para visitar las obras del Anillo Olímpico de Montjüic, el Museu Picasso, y asistir a una recepción en el Palau de Pedralbes. Como explica su biógrafo Willian Taubman, en España saludó a multitudes que le aclamaron a cada paso, forjó nuevas amistades y sobre todo disfrutó de las conversaciones "embriagadoras" con Felipe González sobre el destino del socialismo, el capitalismo y el futuro de la perestroika. Esa visita fue "el último bálsamo" para la pareja soviética antes de sumergirse en un mar de tensiones en Moscú que pondría fin a la URSS el 26 de diciembre de 1991.

Contra lo que sus detractores afirman, Gorbachov no perseguía la desaparición de la Unión Soviética, ni tampoco quería un modelo completamente capitalista. En marzo de 1991 hubo un referéndum sobre la continuidad de una "unión renovada", con una participación del 80% y un 70% de síes. La desintegración de la URSS no se explica tanto por el colapso económico, como por el inadecuado proceso democratización, que legitimó las ambiciones crecientes de las élites territoriales. Si Gorbachov se hubiera hecho elegir presidente esa primavera por sufragio universal directo, hubiera tenido más legitimidad democrática que Boris Yeltsin, que fue votado por los rusos en junio de 1991. En verano hubo el chapucero intento de golpe de Estado de los sectores conservadores comunistas, que debilitó aún más a Gorbachov y puso fuera de juego al PCUS.

Meses antes, a buen seguro que tanto González como el propio rey Juan Carlos le explicaron cómo se hizo la transición democrática. Más allá del paralelismo de pasar de un régimen dictatorial a otro pluripartidista, las diferencias históricas eran enorme. Sin embargo, en España el poder central nunca se enfrentó a una crisis de legitimidad, aunque el proceso lo lideraran los reformistas del franquismo, aglutinados en la UCD. Las primeras elecciones de junio de 1977 fueron para elegir un nuevo Congreso que ratificó a Adolfo Suárez como presidente del Gobierno y aprobar la Constitución de 1978, votada también en referéndum. Muy diferente hubiera sido empezar por democratizar los niveles inferiores del poder, convocando primero las elecciones municipales, que no se celebraron hasta 1979, o constituyendo los parlamentos autonómicos de del País Vasco y Catalunya, lo que no sucedió hasta 1980. No sabemos qué hubiera ocurrido en España, pero en la URSS la democratización institucional invertida creó un choque de legitimidades que canibalizó el poder por parte de las repúblicas, sobre todo de Rusia, que se apoderó de los bienes de las instituciones soviéticas. El aclamado Gorbi regresó encantado de España, pero por lo que fuera esa lección no la escuchó. 

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