Adiós Macarena
Casi dan ganas de organizar un congreso de macarenas, aunque sea un poco tarde, porque yo no podría tomar parte
Este verano me he cambiado el nombre. Ha sido fácil, un trámite en el registro civil, dos testigos, algunos documentos, unos días de espera y la resolución de una jueza diligente. Ahora solo queda renovarme el DNI (no había cita hasta mediados de septiembre) y todo habrá terminado. O empezará un lío nuevo: el de notificaciones a los bancos, a la Seguridad Social y Hacienda, los únicos que me llaman por mi (hasta hoy) nombre oficial. Bueno, ellos y las monjas de mi viejo colegio de primaria, hoy día casi todas difuntas.
Nada de todo esto me pilla de nuevas. Hace años que voy por la vida con dos nombres. Me he enfrentado a todo tipo de malentendidos. Tuve problemas en los exámenes de Selectividad —no hablo de ayer, precisamente— porque a nadie le constaba que hubiera cursado estudios de secundaria. Cuántas veces en Correos no han querido entregarme un paquete. O cuántas he tenido que enseñar un libro mío en la facturación de distintos aeropuertos para demostrar que la del billete es la misma que la del pasaporte.
Hay mucha gente que vive duplicada en dos nombres. En mi partida de nacimiento, en mi libro de familia y en toda mi documentación, mi nombre es largo como un sintagma: María Macarena. María, a saber por qué. Imposición eclesiástica de una época en que todo nombre femenino debía llevar a la virgen delante. Lo de Macarena es obra de mi padre, sevillano de nacimiento, y su devoción por esa conocida imagen sevillana, a quien él creía poseedora de una belleza ingenua. La explicación es bonita, pero yo nunca me encontré cómoda siendo Macarena en mi ciudad de la periferia de Barcelona. Ignoro si hay más macarenas en Mataró, pero de niña yo me sentía rara como si no hubiera otra en el mundo. Ni siquiera en Sevilla conocí nunca a ninguna.
Me sorprende saber a estas alturas que Macarena es un nombre que podemos considerar joven. Lo sé porque el INE acaba de publicar unas estadísticas en su página oficial que desvelan cuántas personas llevan el mismo nombre en las distintas provincias del Estado español. Los datos proporcionan un buen rato de diversión y son consultables también por franjas de edad. Así, sé ahora que la media de las macarenas ibéricas es de 30,8 años (ergo, la supero en más de 20), que hay un total de 14.926, de las cuales 398 están en la provincia de Barcelona. Supongo que no es necesario aclarar que la provincia con más macarenas es Sevilla (3.377, exactamente), seguida de Madrid y Cádiz. Que en Lleida hay 9, en Álava 7 y en Soria solo 5. Y que de todas ellas 63 nacieron en mi década y en mi provincia, aunque yo no las encontrara nunca.
Casi dan ganas de organizar un congreso de macarenas, aunque sea un poco tarde, porque yo no podría tomar parte. Este artículo es algo así como un epitafio, una despedida. Desde hoy, también seré Care para Hacienda, la Seguridad Social y los pesados de los bancos. Para mis amigos, entre quienes les cuento, nunca he sido otra cosa.
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