La revancha como programa municipal
Está por ver cómo recibirá el electorado unas candidaturas, las de Trias y Rosell, de las que podrá sospecharse que buscan la instrumentalización de la ciudad para pasar cuentas al Estado, a sus difamadores y a quienes les abandonaron
Jordi Mercader
Periodista.
Xavier Trias ha pasado en dos meses de desmentir los rumores sobre la posibilidad de liderar la candidatura municipal de Junts (“no tienen que pensar en un abuelito”) a fomentar el cotilleo de su retorno. El detonante de este abrupto cambio de opinión ha sido la confirmación de que la historia de su cuenta en Suiza fue una patraña inventada por el excomisario Villarejo para alimentar la cruzada de ‘El Mundo’ contra el independentismo. El exalcalde barcelonés se ha tomado el verano para reflexionar. También le da vueltas Sandro Rosell. El expresidente del Barça, en cuanto quedó claro que había sido acusado y encarcelado por una falsedad perpetrada por la cloaca Villarejo, empezó a barajar la idea de la alcaldía de Barcelona.
Los dos fueron calumniados con intencionalidad política, sin embargo, las consecuencias padecidas por cada uno no son comparables. Rosell permaneció 643 días en prisión y Trias atribuye su derrota en 2015 a los efectos del infundio entre sus electores, extremo que está por demostrar. El balance de su mandato iniciado en 2011 no fue para tirar cohetes, precisamente. Gobernó sin mayoría, apoyándose un día en el PSC, de vez en cuando en ERC y casi siempre (privatizaciones, marinas de lujo) en el PP. Su política de equilibrio decantado a la derecha españolista no fue obstáculo para que en el momento de la reelección intentara capitalizar su aportación al ‘procés’ desde la alcaldía de Barcelona.
Podría pensarse que en 2015 Trias perdió cinco concejales por su pobre balance o por el empuje de ERC, que pasó de uno a cinco. No hay que descartar tampoco que dilapidara sus posibilidades de reelección por su pésima gestión de la noche electoral. Ada Colau sorprendió a todos sacando 11 concejales y Trias, con 10, se ahogó en la derrota. Para un autoproclamado socialdemócrata como él, que venía gobernando con 15 concejales, al menos tenía dos opciones para retener la alcaldía, pero se apresuró a regalar la vara de alcalde. En una situación similar, cuatro años después, Colau supo resistir la depresión nocturna por unos resultados adversos y ahí está, gobernando con el PSC, el ‘alma mater’ de la Barcelona que los comunes aborrecen.
Trias y Rosell, de seguir adelante, van a compartir programa: la revancha personal por la persecución política que han sufrido injustamente. La alcaldía de Barcelona podría ayudarles a alcanzar su objetivo, o, como mínimo, pueden contemplarla como un bálsamo por el calvario recorrido. Los dos quieren, legítimamente, llegar al fondo de las responsabilidades por lo sucedido, pero está por ver cómo recibirá el electorado unas candidaturas de las que podrá sospecharse que buscan la instrumentalización de la ciudad para pasar cuentas al Estado en general, a sus difamadores y a quienes se lo creyeron y les abandonaron. Trias puede alegar que no tiene más remedio, dado el vacío de Junts; y Rosell, que solo pretende juntar a sus amigos para dar una lección de gestión a los políticos. Quizá pongan en peligro la reputación recuperada.
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