Artículo de Valeria Milara

Serpientes en el avión

No criminalizo a los ofidios: son de este mundo. Llevan en el planeta más tiempo que nosotros y no merecen que los saquemos de su entorno para acabar como objeto decorativo

La mamba verde oriental o mamba común es una especie de serpiente venenosa de la familia Elapidae.

La mamba verde oriental o mamba común es una especie de serpiente venenosa de la familia Elapidae. / Foto-Rabe en Pixabay.

Valeria Milara

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Veinte años atrás cubrí una noticia insólita. Los periodistas nos sorprendimos a la vez que nos compadecimos de una señora de Santa Coloma de Gramanet que se encontró con una serpiente pitón saliendo por la taza del inodoro. Los vecinos convocaron junta extraordinaria, para saber de quién era. El miedo a estos animales es algo atávico y muy común.

Con los años, la noticia de encontrarse una serpiente en el baño ya empezó a ser menos noticia, y es que estos animales se han convertido en mascotas. En ocasiones de manera ilegal, ya que se comercia con especies protegidas. En 2018, el Seprona, el Servicio de Protección a la Naturaleza de la Guardia Civil, encontró en Madrid y Castellón 600 reptiles de cuatro continentes. Lagartos tortugas, culebras... De todo y de todos los sitios. Desde Oceanía a América. Algunos rondaban los 50.000 euros en el mercado negro. Sus destinatarios eran mayoritariamente coleccionistas. Estos animales, por su exotismo o su peligrosidad, se han convertido en exclusivos. Como si fueran jarrones de porcelana china. La investigación se inició en el aeropuerto de Schipol, en Holanda, donde se interceptó a un pasajero que traía a España 200 reptiles en las maletas.

Ese mismo año, en el popular barrio de Sant Ildefons de Cornellà se detenía a un hombre que tenía un dragón de Komodo. Un lagarto que puede superar los dos metros y puede devorar a una persona. Y también serpientes de cascabel. Un tipo de víbora para cuyo veneno es difícil poseer antídotos porque no pertenecen a nuestra fauna. Ahí ya se me puse con el tema, que abordé con devoción. Y es que he de decir que desde niña me ha interesado aprender sobre los reptiles. Mis favoritos han sido los ofidios, es decir, las serpientes. Estéticamente me parecen unos seres increíbles. Su cabeza, sus ojos, las escamas, su manera sinuosa de moverse me fascinan. Pero las veo por la tele. En los documentales. Jamás tendría una. Me dan pavor.

No las criminalizo: son de este mundo. Llevan en el planeta más tiempo que nosotros y no merecen que las saquemos de su entorno para acabar como objeto decorativo. En casas de gente que no sabe ni cuidarlas ni manejarlas, ya que algunas son venenosas. Investigando sobre el tema conocí a un herpetólogo capacitado para hacerse cargo de las más peligrosas. Detrás de altas medidas de seguridad acogía y cuidaba a animales que las autoridades habían encontrado en domicilios, de dueños y de vecinos, ya que los ofidios pueden viajar por las cañerías. También se hacía cargo de las que habían sido abandonadas. En medio de la situación, el sonido de la serpiente de cascabel en uno de los terrarios me trastocó. Ese animal tenía que estar el desierto de Arizona. Pero cuando vi una pitón albina sin escamas fruto de varios cruces me estremecí y sentí una lástima inmensa.

Con este especialista hablamos de la peligrosidad de las serpientes, de las venenosas, de cómo alteran nuestra fauna, pero, sobre todo, de si son adecuadas como mascotas. No lo son. Su cerebro reptiliano no les permite reconocer a nadie, ni a su dueño. Y morderán si se sienten atacadas. No dan más compañía que un cuadro. A diferencia de un perro o un gato, una serpiente nunca te puede llegar a querer.

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