Artículo de Salvador Macip

Rescatemos a los médicos

Mientras pedimos a quienes quieren hacer Medicina notas imposibles, se da la paradoja de que faltan profesionales en nuestro país. Y una vez que los hemos formado, tenemos dificultades para retenerlos

El 76% de los estudiantes de Medicina de la UMH muestra ansiedad o depresión

El 76% de los estudiantes de Medicina de la UMH muestra ansiedad o depresión

Salvador Macip

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Como es tradición desde hace un tiempo, en cuanto se saben los resultados de la selectividad, los medios se hacen eco de los estudiantes que han sacado las mejores puntuaciones. Es un merecido reconocimiento a su esfuerzo, aunque sea arbitrario el corte que determina a partir de qué décima sales en las portadas de los periódicos. Este año se ha dado la feliz coincidencia de que dos catalanes han sacado la calificación perfecta y que ambos han expresado el deseo de estudiar Medicina, una de las carreras con la nota de acceso más alta debido a la gran demanda y las pocas plazas ofertadas. Desde aquí les envío las más sinceras felicitaciones por el éxito y la elección.

No voy a entrar en el debate recurrente de si este tipo de pruebas son la mejor manera de definir el acceso a la educación superior, pero es obvio que escoger a los médicos del futuro solo por el expediente académico no es la mejor idea. Los exámenes solo miden la capacidad de realizar exámenes, y esta no es la calidad que define a un buen médico. Aunque sin duda tener memoria y razonar bien son herramientas útiles, en este caso es más importante la entrega, la empatía y saber observar. ¿Cuántos grandes profesionales nos estamos perdiendo por utilizar la medida equivocada para determinar quién tiene derecho a entrar en la facultad? Es una pregunta que se repite cada año y que choca con lo que hacen en sistemas como el británico, donde las actividades extracurriculares (prácticas, voluntariado...), las cartas de motivación y de referencia y la entrevista juegan un papel igual o más importante que las notas. Por suerte, escuchando a los dos alumnos líderes de la hornada de este año me ha quedado claro que, aparte de inteligencia, no les falta vocación médica.

Mientras pedimos a quienes quieren hacer Medicina notas imposibles, se da la paradoja de que faltan profesionales en nuestro país. Si lo que hace falta es crear más, ¿por qué limitamos tanto el acceso a la carrera? Hay un segundo problema: una vez que los hemos formado, tenemos dificultades para retenerlos. La explicación a ambas cosas es una infrafinanciación perpetua que ha llevado al sistema a un punto permanente del colapso (y eso afecta a todo el personal sanitario), una barrera que hemos visto que se cruza fácilmente cuando hay crisis como una pandemia. Por eso cada vez más médicos se marchan al extranjero, hacia países donde no existen los déficits estructurales crónicos que vemos aquí, o al menos no son tan graves. Un profesional que empieza puede llegar a cobrar el doble sin tener que salir del continente, y con mejor calidad de vida, una perspectiva demasiado golosa para muchos. De esa fuga de cerebros no se habla mucho.

La cara oscura de la profesión suele quedar oculta a quienes no la viven desde dentro. Soy de la generación de médicos que se graduó en 1994. En estos casi 30 años que han pasado desde que nos hicimos la foto de la orla, aparte de ganar pelo gris y arrugas hemos acumulado también experiencia y desencanto. Porque tenemos un buen sistema sanitario, pero cuelga de un hilo, y quienes lo sostienen están muy sobrecargados. Las condiciones de trabajo son a menudo extremas y los sueldos, más escasos de lo que se piensa la gente. Solo el esfuerzo individual en los momentos de máxima tensión evita el colapso: la estructura se sostiene por el sentido de la responsabilidad y la ética de todos sus profesionales, que compensa la imposibilidad de querer tener un sistema de calidad a precios de saldo. Se ha dicho muchas veces que es necesario invertir sumas importantes para reconstruir la sanidad, pero mientras parece que no hay problemas para encontrar fondos para iniciar una peligrosa escalada armamentística, cuesta mucho más que los presupuestos reconozcan una necesidad tan urgente como esta.

Con esto no quisiera desanimar a los estudiantes que en otoño llenarán las aulas de las facultades de Medicina del país. Para mí, sigue siendo la mejor carrera del mundo, y ni siquiera ahora elegiría otra. No es fácil, no es agradecida, no está bien considerada ni remunerada, y acabas trabajando más de lo razonable en unas condiciones menos que óptimas, pero no hay ninguna sensación comparable a entender los misterios del cuerpo humano y conseguir que las personas vivan lo máximo posible con la mejor salud. Más que tirar la toalla o desalentar a quienes comienzan, lo que hemos de hacer todos los del gremio es gritar más fuerte para que todo el mundo entienda el problema inmenso que se esconde detrás de la fachada de casi normalidad que proyecta el sistema sanitario. Porque, si no lo arreglamos, corremos el riesgo de que todo se derrumbe y tengamos que acabar yendo hacia un modelo de sanidad privada.

Suscríbete para seguir leyendo