Parece una tontería | Artículo de Juan Tallón

Lejos de qué

Lo considerado lejano hace siglos, hoy apenas es contiguo. Ni los adverbios, que son los de siempre, permanecen en su influencia iguales a sí mismos

El telescopio James Webb revela el quinteto de Stephan.

El telescopio James Webb revela el quinteto de Stephan. / Créditos: NASA, ESA, CSA y STScI.

Juan Tallón

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Las imágenes obtenidas por el telescopio espacial James Webb me hicieron pensar, casi tristemente, en los pobres adverbios, que de repente me parecieron lánguidos, ingenuos, un poco inútiles. Esa imagen en la que se aprecia una región del cielo en la que destaca un gran cúmulo de galaxias situadas a 4.600 millones de años luz de la Tierra, me llevó a preguntarme qué significan 'lejos' o 'cerca. Ya ves. Quizá signifiquen ya lo mismo, o no signifiquen nada, como cuando dices «Uuuu», o como cuando te preguntan «Qué tal» y respondes «Guay» con un tono que se traduce, en realidad, como «Mal, nunca estuve peor».

El Webb está diseñado para captar la luz de las primeras estrellas nacidas del Big Bang, el fenómeno con el que nació el universo hace unos 13.700 millones de años. Y al hacerlo, algunos solo logramos concluir que los adverbios no son gran cosa. Seguramente nos merecemos todo lo que nos pasa, y no es mucho.

Pero no deja de ser evidente la debilidad en ese instante del adverbio, en la que reside a la vez su encanto y su fuerza. La imagen a todo color que nos llega de algo situado a 4.600 millones de años luz de nuestro planeta define bien lo 'lejos'. Me pregunto, sin embargo, si lo hace mejor que la separación que había entre Vladimir Putin y Emmanuel Macron en la larguísima mesa a la que se sentaron para hablar sobre Ucrania. En última instancia, 'lejos' es también la levísima, sutil distancia que hay entre mi hija y el mando de la televisión cuando le pido que me lo pase, por favor, y puesto que se siente terriblemente cansada, al estirar el brazo y no alcanzarlo por unos centímetros dice «No puedo, papá, está muy lejos, cógelo tú». Pero yo aún estoy más reventado, y renuncio a ponerme de pie, dar dos pasos y tomar el mando, en una flaqueza en la que parecen fundirse en la misma idea las palabras 'cerca' y 'lejos'.

La capacidad del telescopio Webb para atravesar distancias inconcebibles, cruzar nebulosas, dejar atrás galaxias y finalmente captar una luz que fue emitida hace más de 13.000 millones de años, cuando empezó todo, es mucho más que mirar en la profundidad del espacio: es mirar atrás en el tiempo. Y eso también reblandece adverbios, en este caso, como 'antes' y 'después'. Son rarezas que adquieren inesperadamente una grandiosa belleza, a la manera que estalla el asombro en las ficciones especulativas de Jorge Luis Borges.

Hay cosas de las que no podemos hablar porque nos son desconocidas, así que por eso nos fascina que el alcance del James Webb pueda llegar tan lejos que un día de estos nos ofrezca explicaciones claras sobre el milagro de la vida. Cada vez hay menos dudas ya de que la única forma de saber qué pasó en la Tierra el primer día, cuando la vida se hizo posible, es viajar absolutamente lejos de este planeta, a un punto que tal vez ahora aún no podemos imaginar. Llevamos toda nuestra existencia, como seres inteligentes, ampliando el alcance de lo 'lejos', destruyéndolo y rehaciéndolo. Lo considerado lejano hace siglos, hoy apenas es contiguo. Ni los adverbios, que son los de siempre, permanecen en su influencia iguales a sí mismos. Cambia el mundo y cambia el modo de hacer mención a él y de situarlo en relación a nosotros.

Lo lejos y su contrario se deforman en muchas ocasiones para confundirse y hacerse pasar el uno por el otro. El martes alcanzamos 43º en Ourense. Poca cosa, supongo, si los comparamos con los 38º de Madrid, pero aun así, calor. Esa mañana yo solo tenía una cosa importante que hacer: bajar a comprar una barra al despacho de pan que hay pegado a mi portal. Es decir, cerquísima. En cambio, solo pude quedarme tumbado durante dos horas en el suelo del pasillo, que es la parte más fresca de la casa, porque lo cerca empezó a ser percibido como lejos, inevitablemente. Ya se sabe que la consecuencia inmediata del calor es a menudo el aplazamiento. Quieres hacer cosas, y en vista de la altísima temperatura, no las haces y te conformas con haber querido hacerlas. Tampoco eso está mal. «Baja, que son quince metros», me decía desde el suelo cada rato. Nada, imposible. Por la tarde, al ver las imágenes del telescopio Webb, y que no bajaba el calor, confirmé que la panadería estaba claramente a más distancia que el cúmulo de galaxias descubiertas a 4.600 millones de años luz de la Tierra. 

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