Artículo de Carles Sans

Barcelona me enamora, pero…

Hemos de ser críticos si queremos seguir siendo la ciudad admirada en todo el mundo, pero para ello hay que erradicar la delincuencia, la suciedad, las pinturas y, lo que es más difícil, la falsa hostilidad atesorada hace tiempo

Un carterista arranca por la fuerza un reloj a un turista en Barcelona.

Un carterista arranca por la fuerza un reloj a un turista en Barcelona.

Carles Sans

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Hace unos días paseaba con una amiga que vive en Madrid y que desde antes de la pandemia no había vuelto a Barcelona. Es de esas personas que habían sido admiradoras de nuestra ciudad pero que los altercados políticos y sociales ocurridos a partir de 2017 empezaron a influirle negativamente y ahora tenía la idea de que la nuestra es una ciudad hostil. Circulábamos por delante del Arc de Triomf y comentó lo bonita que veía la ciudad. Era uno de esos días que lucen especialmente brillantes, en los que la característica sombra de los plátanos dibujaban un precioso moteado sobre los ‘panots’ de flor tan característicos. Me sentí orgulloso de aquel comentario. Soy un enamorado de esta ciudad. Siempre he pensado que vivo en una de las mejores del mundo. No es una megaciudad, no tiene la ‘grandeur’ de París, ni la potencia de Londres, ni la historia envidiable de Roma, pero es una ciudad que enamora a quien la visita. Sin embargo, es una pena que diversos factores la hayan y la estén, todavía, marcando negativamente. Vaya por delante que por mi condición de enamorado me apena aún más cuando la veo maltratada. Los abominables porrazos que se vieron el 1 de octubre de 2017 y los siguientes altercados que duraron muchos meses después marcaron en todo el mundo la imagen de Barcelona. Superar aquello no es fácil, como tampoco lo es la imagen que estamos dando de ciudad en la que te asaltan para robarte el reloj o la cartera, las imágenes de ladrones, por cierto, la mayoría extranjeros arrancando, con arrogancia e impunidad, relojes a otros extranjeros, en plena calle, da mucha pena y mucha rabia a la vez.

No creo que esos delincuentes sean los mismos que ensucian y pintarrajean las persianas de los comercios, las paredes de las fincas y que hacen que, cuando cae la noche, Barcelona se vuelva fea por culpa de unos grafitis sin interés ni valor estético. Hemos de ser críticos si queremos seguir siendo la ciudad admirada en todo el mundo, pero para ello hay que erradicar la delincuencia, la suciedad, las pinturas y, lo que es más difícil, la falsa hostilidad atesorada hace tiempo. Espero que las obras que nos invaden ahora en este año electoral, sirvan, en parte, para mejorarla mucho, que falta le hace.

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