Artículo de Salvador Macip

La relación entre ciudades y animales

Hay que destinar más recursos al estudio del 'urbanoma', que sería la suma de las ciudades y los organismos que las habitan, si queremos definir un modelo urbano menos disruptivo y más saludable

Una niña pasea con su perro. FOTO JOSÉ LUIS ROCA

Una niña pasea con su perro. FOTO JOSÉ LUIS ROCA / José Luis Roca

Salvador Macip

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A medida que nos acercamos al verano, y como pasa cada año, se hace más presente el debate sobre el modelo actual de turismo y cómo afecta a ciertas ciudades. Esta temporada es todavía más evidente, con la perspectiva de un agosto repleto de miles de viajeros intentando recuperar el tiempo perdido debido a las restricciones pandémicas. Es un problema del cual una gran mayoría somos culpables: quien no haya ido alguna vez a hacer el mirón a una ciudad emblemática que tire la primera piedra. Pero, tapado por las consecuencias ecológicas de fomentar el turismo masivo, hay otro tipo de impacto que las urbes tienen en el planeta.

Las ciudades, tal como las conocemos ahora, son un invento reciente, que no estalló hasta el siglo XX. Mientras que solo el 13% de la humanidad vivía en zonas urbanas en 1900, la cifra superaba ya el 50% solo un siglo después. La tendencia continúa: se calcula que en mitad de este siglo la cifra se alzará hasta cerca del 70%. Nuestra estructura social de preferencia, pues, nos hace tender cada vez más hacia un territorio mayoritariamente vacío, con concentraciones puntuales de población aisladas de la naturaleza, que había sido nuestro hábitat original. Del mismo modo que las primeras ciudades modernas, a partir de la revolución industrial, eran un peligro para la salud pública debido a las deficiencias de saneamiento urbano, que facilitaba la propagación de todo tipo de enfermedades, ahora tenemos otra serie de problemas derivados de estas aglomeraciones que, como siempre, estamos intentando solucionar sobre la marcha, cuando quizás lo que haría falta era haberlo pensado antes.

En este sentido, se ha propuesto un nuevo campo de trabajo para analizar estas cuestiones, que se ha denominado el 'urbanoma'. Del mismo modo que el genoma es un conjunto de genes considerado de forma holística, el 'urbanoma' sería la suma de las ciudades (la estructura) y los organismos que las habitan, con las diferentes relaciones físicas, sociales y funcionales que se establecen entre ellos. La idea es que, definiendo un marco de referencia, podamos entender mejor los aspectos positivos y negativos que se derivan.

Una cosa a tener en cuenta, por ejemplo, es que las ciudades ejercen una presión evolutiva sobre los seres vivos que interaccionan: en estos entornos definidos por los humanos, plantas, animales y microbios ven acelerada la selección natural. Por ejemplo, en la costa este de EEUU han aparecido peces más resistentes a la contaminación, elevada en aquella zona. Y en Cleveland han encontrado hormigas que toleran mejor las altas temperaturas de la ciudad que sus homólogas que viven en el campo. También sabemos que la invasión progresiva de los ecosistemas hace que la población urbana entre en contacto con animales salvajes con los cuales no había interactuado antes. Esto es un riesgo de zoonosis, las infecciones que saltan de animales a personas, como hemos visto en la reciente pandemia.

La domesticación también crea situaciones de estrés cuando se hace al por mayor en las ciudades, como en el caso de los animales de compañía. Se cree que los gatos y los perros ya han contribuido de manera sustancial a la extinción de varias especies (63 los primeros, 11 los segundos). Aunque consideramos que nuestras mascotas están civilizadas, continúan conservando parte de sus instintos originales, y matan pájaros, reptiles, otros mamíferos, etc. En el Reino Unido han calculado que los gatos domésticos son responsables de la muerte de 275 millones de animales cada año. Una actividad aparentemente tan inocente como pasear el perro por una zona boscosa, como las que hay en muchas ciudades, hace que se vea una reducción del 35% de diversidad de los pájaros de la zona (y un 41% en el número total), no tan solo porque los perros los puedan atacar, que pasa de vez en cuando, sino simplemente por el miedo que generan en las aves, que cambian su comportamiento. De una forma más indirecta, los gatos están afectando a mamíferos marinos como los delfines o las ballenas, porque excretan el protozoo responsable de la toxoplasmosis, que a ellos los afecta poco. Cuando las aguas contaminadas de las ciudades llegan al mar, los animales que viven se infectan y pueden morir.

Hay que destinar más tiempo y recursos al estudio del 'urbanoma', si queremos definir un modelo de ciudad menos disruptivo y más saludable. No tan solo tenemos que hacerlas más amables para los humanos que las habitan (adaptarlas a una población cada vez más envejecida es uno de los principales retos), sino ser conscientes del impacto que tienen en los animales, más allá del problema de la contaminación ambiental. Y esto es trabajo de todos.

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