Coordinador del canal Cata Mayor
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con una quincena de libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona'. Entre las últimas publicaciones, 'Nadar con atunes y otras aventuras gastronómicas que no siempre salen bien' y 'San Elvis, ruega por nosotros. Crónicas de un tiempo irreverente'
Pau Arenós
Spectre, Demérito I y los cómplices
Todos somos colaboradores: los periodistas cuando los medios retuercen la verdad, los empleados bancarios y esos productos disparatados que venden...
Tengo una relación soporífera con las películas de James Bond, sobre todo, con las de Roger Moore, que vi de estreno en cines que ya no existen, que olían a desinfectante y a palomitas grasientas y a fiesta de sábado tarde, con butacas que crujían al sentarse y en plateas gigantes que daban al espectáculo cinematográfico una ilusionante magnificencia.
Y, sin embargo, me dormía, algo infrecuente en las visitas semanales al cine, así que lo atribuyo a unos guiones liosos como una madeja enredada por un gato con demasiados lingotazos de Whiskas. Empezaba, no sé, ‘A view to a kill’ (‘Panorama para matar’) y al rato, cloc, hola, Morfeo, por eso las confundo todas: tampoco ayuda a identificarlas que tantos títulos sean variaciones de los verbos ‘morir’ y ‘matar’.
La música de John Barry siempre me ha puesto de buen humor, y ese riff de guitarra, tan evocador; el personaje ha ido sacándose la caspa de machito con Daniel Graig, el triste, inexpresivo y sensible; y he recuperado algunos clásicos de Sean Connery en Prime Video, donde 007, que debería estar a punto de la jubilación, o muerto, se aloja ahora, con los filmes disponibles para 'fans' de las distintas reencarnaciones del agente. Aunque, amigos, la reina Isabel II ha preferido, en el último episodio de su vida, compartir un sándwich con un oso a brindar con champán Bollinger con James Bond. El jubileo, y el jubilado.
Una constante de la serie de Bond es la organización criminal Spectre, con multitud de empleados, supongo que desde administrativos (alguien tiene que pagar las nóminas) a soldados, pasando por ingenieros, mecánicos, limpiacristales, asesinos... En los combates, decenas y decenas de trabajadores del mal son tiroteados o apalizados, o ambas cosas, y habría que ver qué dice su contrato. Este sindicato del crimen, ¿no tiene sindicato?
¿Y cómo fichan? No son cuatro sicarios con el palillo en la boca y armados de cualquier manera, sino gente de punta en blanco, con uniformes de modisto y, probablemente, servicio de tintorería, con buenos tintoreros capaces de eliminar con eficacia las manchas de sangre.
¿Hay horarios, tienen familia, comparten barbacoas, mesas de ping-pong en la oficina? Vuelvo a preguntar, ¿cómo los fichan?, ¿ponen anuncios? “Multinacional busca personal para dominar el mundo. Seguro a todo riesgo. Abstenerse flojos”. ¿Podemos trasladar la idea de Spectre a Facebook o a Tesla? ¿Elon Musk sería Ernst Stavro Blofeld sin un gato persa que acariciar? Aunque Musk parece que lleve el gato en la cabeza.
Muchos protegieron al ‘disc-jockey’ Jimmy Savile, caballero británico, necrófilo y violador de niños; los manejos de comisionista de Demérito I o a Jordi Pujol cuando hacía el don Vito
Quiero señalar a los cómplices, a los que de forma voluntaria –no reclutados a la fuerza– participan en el complot.
A los que callan cuando el algoritmo funciona como una tenia, a los que trafican con los datos, a los que protegieron al ‘disc-jockey’ Jimmy Savile, caballero británico, necrófilo y violador de niños; a los que sabían de los manejos de comisionista de Demérito I, a los que miraban a otro lado cuando Jordi Pujol hacía el don Vito, a los que colaboraban, o colaboran, con la Operación Catalunya, a los que conocen con quién y para qué vuela Pegasus… Todo eso es Spectre. Porque hay un líder, sí, pero también encubridores.
Esos que hablan en voz baja, esos que saben y callan, esos que presumen de saber (y de callar)… Lo que cuentan a la hora del café, el papel que pasa de mano en mano, la acción que no es inocente sino comprometedora. Son muchos, son multitud. La policía patriótica no solo la forman un ministro y un par de comisarios, sino la bruma, espesa y amplia, que ampara.
Escucho a gente decir: “Yo soy buena persona”. Y separar a los buenos de los malos, situándose ellos en la parte del ring donde se sientan los ángeles. Nunca escuché a una buena persona de verdad decir que lo era y sí a muchos tramposos, convencidos de una honestidad de cera.
Todos somos, en algún momento, cómplices: los periodistas cuando los medios retuercen la verdad, los empleados bancarios y esos productos disparatados que venden, los currantes de una cadena de supermercados que ahoga a los agricultores, los telefonistas de un ‘call center’ que dejan al cliente en el limbo, los aficionados al fútbol que seguirán el mundial de Qatar, donde no se respetan los derechos humanos y cuyas obras han dejado ¡miles! de muertos.
Todos somos cómplices. Todos somos Spectre. Todos somos buenas personas.
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