Artículo de Rafael Vilasanjuan

Guerra y hambre

Cuando los graneros del mundo entran en guerra, como en Ucrania, el potencial para el desastre global más que una amenaza es una realidad

Explosions in Kyiv amid Russian invasion of Ukraine

Explosions in Kyiv amid Russian invasion of Ukraine / OLEG PETRASYUK

Rafael Vilasanjuan

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La guerra tiene consecuencias mucho más allá del campo batalla. Lejos de las tierras yermas de Ucrania, devastadas por la contienda y con los graneros a rebosar sin transporte para servir, tras años de receso, el hambre amenaza de nuevo. Rusia y Ucrania proveen un tercio de los cereales y fertilizantes del mundo. Desde que la guerra empezó, Rusia ha reducido drásticamente sus exportaciones para asegurar el consumo interno. En Ucrania, la cosa es aun peor: buena parte de los granjeros han dejado la tierra para unirse al ejército, sin fertilizantes ni fuel la agricultura ha colapsado y está aún por ver si los cultivos podrán ser recogidos. La invasión y la guerra suponen un ataque directo a la seguridad alimentaria de los más vulnerables del planeta. Mientras en Occidente crece la inflación como consecuencia de la subida de los precios al consumo, en las economías más desfavorecidas el efecto de la guerra se mide en términos de vidas humanas perdidas por hambre.

La guerra no es el único condicionante. En amplias zonas de África y especialmente en los países del Sahel, la inestabilidad propia y las consecuencias del cambio climático, con sequías que impiden el cultivo, se añaden a la catástrofe. Con la memoria reciente de las primaveras árabes en 2011, donde la subida del precio del pan fue uno de los detonantes del descontento que llevó a millones de jóvenes a las calles, el escenario se extiende. Ahora el incremento no es solo para el precio de las materias primas, toda la cadena alimentaria se ha visto afectada. Una tormenta perfecta en la región más castigada del planeta, donde el precio de los alimentos básicos ni siquiera sigue la curva de una inflación galopante al ritmo del 20%, sino que para lo más necesario, desde los cereales al pan, que componen buena parte de la dieta de los que menos tienen, el precio ya se ha doblado, dejando a otros 50 millones más de hombres, mujeres y sobre todo niños sin nada que comer, desde que empieza el día hasta que acaba.

Perdón por parecer apocalíptico, pero si el precio de los alimentos aquí es un problema, para la parte del mundo donde la inseguridad alimentaria ya era un riesgo, el resultado se va a traducir en malnutrición y hambruna, con millones de víctimas en una crisis que puede prolongarse durante tiempo con consecuencias para una recesión global aun mayores. Y no solo en los países de rentas más bajas, en algunos donde la dependencia de los productos de los países en guerra es mayor, desde Egipto a Filipinas, el riesgo de protestas y revueltas civiles apuntan a una oleada de crisis e inestabilidad global. Como en Sri Lanka, donde meses de protesta han culminado en la dimisión del primer ministro, incapaz de evitar la violencia, el descontento apunta a una etapa en la gestión de la agenda global. En muchos de estos países donde la trayectoria de largo recorrido de gobiernos corruptos, represivos e incompetentes ya generan mucho descontento, la falta de alimentos y la subida de precios pueden acabar incendiando el ambiente. La diferencia con los países del África subsahariana, donde el hambre ya era conocida antes de esta nueva crisis, es que en esta región especialmente castigada es donde vamos a registrar más muertes.

La nueva pandemia mundial no la provoca un virus, sino el hambre. Teníamos indicadores de que podría ocurrir. Las consecuencias del cambio climático, con sequías e inundaciones que dejan impracticables miles de millones de hectáreas de tierra, tienen mucho que ver con esta nueva amenaza. Pero las guerras acaban siendo el detonante de las grandes hambrunas. Mas de una treintena de países en el mundo que no pueden garantizar la alimentación de toda su población tienen que recurrir a préstamos para comprar los alimentos más básicos. No hay duda de que la pérdida de cultivos o ganado y el empobrecimiento de las comunidades que lo padecen están directamente conectados por el calentamiento y las condiciones de clima extremo, pero con la dificultad de una acción internacional concertada, cuando los graneros del mundo entran en guerra, como en Ucrania, el potencial para el desastre global más que una amenaza es una realidad. Cuanto más dure la guerra más dura será el hambre.

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