Los efectos en el mundo

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Guerra de Ucrania: 100 días de tormenta perfecta

Cuestiones como el suministro de grano a países que dependen de él deberían poder ser aisladas de la dinámica bélica

Ciudadanos de la localidad ucraniana de Chernihiv pasean entre los escombros tras un ataque ruso

Ciudadanos de la localidad ucraniana de Chernihiv pasean entre los escombros tras un ataque ruso / EFE / SERGEY DOLZHENKO

Por la importancia de los países involucrados en la guerra de Ucrania, y por el momento en el que la guerra empezó, tras la crisis provocada por la pandemia, bien podría decirse que estamos ante una tormenta perfecta de consecuencias imprevisibles sobre la economía mundial. El impacto es visible en casi todos los países, con una inflación que roza los dos dígitos y lastra la recuperación económica en la Unión Europea, y con problemas de abastecimientos especialmente graves en lo que respecta a cereales y fertilizantes de los que dependen millones de personas en el mundo. La OCDE ha puesto números a la crisis que resultará de la guerra, si las circunstancias no cambian: un recorte del PIB mundial del 1,08% que puede alcanzar el 1,4% en Europa y el 0,9% en Estados Unidos. Son cifras importantes, pero que no revelan la magnitud del desafío que la guerra supone para aquellos países donde una parte significativa de su población depende de los cereales ucranianos y los fertilizantes rusos

Rusia y Ucrania son países modestos puesto que, juntos, apenas suman el 2% del PIB mundial. Sin embargo, exportan un tercio del trigo que se consume en todo el mundo y Rusia, además de suministrar gas y petróleo a la Unión Europea, es un país determinante para la producción de fertilizantes. Ello significa que, si la guerra se enquista y los cereales acumulados en los silos de Odesa no pueden exportarse y los campesinos ucranianos no tienen combustible para sembrar, tenemos todos un problema mayúsculo. Y quienes dependan del trigo, la cebada o el maíz ucraniano, o de la potasa de Rusia o Bielorrusia, están ante un reto de supervivencia.

Las consecuencias directas de la guerra no serían tan inciertas si no fuera porque es difícil dibujar escenarios de paz. Cuanto más se prolongan los bombardeos destructivos rusos, y cuanto más territorio controla Moscú en la franja que une Crimea a las dos repúblicas secesionistas, más difícil resulta imaginar un acuerdo que pueda satisfacer a las partes involucradas y ofrecerles garantías. El grado de compromiso que ha alcanzado la ayuda militar de la OTAN a Ucrania, así como la resolución del Ejército ucraniano, tampoco permiten imaginar una paz que suponga cesiones significativas a las ambiciones territoriales de Putin. En consecuencia, todo hace pensar que estamos ante un conflicto más largo de lo que se preveía. ¿Cómo encajar, entonces, consecuencias como las mencionadas, sin que estas supongan hambrunas de dimensiones desconocidas? Solo con cierta capacidad de aislar de la guerra aquellas cuestiones que son esenciales para evitar la catástrofe. Como la habilitación de un corredor de exportación de los cereales ucranianos por el mar Negro, con la implicación de Naciones Unidas y, probablemente, de Turquía. Este corredor constituye una de las ideas interesantes que se han puesto sobre la mesa de negociación. 

Mientras dure la guerra, ningún acuerdo será fácil, porque Rusia exigirá a cambio cierto relajamiento de las sanciones, pero lo que hoy parece imposible puede ser factible en cuando países como Egipto, Líbano, Yemen, Sudán o Afganistán no puedan producir sus tortas de pan. La guerra afecta a todos. También a los europeos, donde sus efectos sobre la energía y los precios se suman a otros, derivados de la pandemia y de la dependencia de China. Pero la UE ha decidido, correctamente, implicarse en el conflicto, y debe apechugar son sus consecuencias. Debe hacerlo sabiendo que guerra tiene un precio y la que libran los ucranianos para defender la soberanía de su país es una guerra justa que merece ser apoyada. Lo que sería injusto es que quienes pagaran esta factura con hambre y pobreza extrema fueran países cuyo único vínculo con el conflicto es que compran el pan a los dos países involucrados.