Análisis de la campaña militar | Reactivación del frente de Jersón: ¿terrorismo o guerrilla?
La explosión de un coche bomba en Melitópol, en el vecino óblast de Zaporiyia, puede interpretarse como las primeras señales de una resistencia armada al invasor y ocupante
Jesús A. Núñez Villaverde
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
Jesús A. Núñez Villaverde
Mientras el frente del Donbás continúa siendo el foco principal del enfrentamiento militar directo entre rusos y ucranianos, con avances y retrocesos puntuales que muestran que ninguno de los dos bandos está en condiciones de lograr una victoria definitiva a corto plazo, asistimos ahora a la reactivación de otro frente llamado a cobrar peso de inmediato: el óblast de Jersón.
Prácticamente desde el inicio de la invasión, esa región, vecina de Crimea, está en manos rusas. Desde su capital, que es un importante centro portuario y de construcción naval en las orillas del río Dniéper en la salida al mar Negro, las autoridades locales prorrusas están intentando consolidar un marco político que incluso apunta a la celebración de un referéndum para dar una fachada de legalidad a su plan de anexión a Rusia. Un plan que aún no han logrado implementar, como una clara señal del rechazo que la idea ha despertado en una población que no ha recibido amistosamente a quienes califica de invasores.
En términos militares esa reacción local obliga a Moscú a mantener allí desplegadas un cierto número de unidades de ocupación que, por tanto, no pueden ser empleadas en otros frentes de batalla. Pero es que, además, ahora, con una Ucrania crecida en su afán por recuperar el control de todo su territorio, hay allí indicios claros de que la situación va evolucionando de manera negativa para Rusia. Por un lado, Kiev acaba de anunciar oficialmente el inicio de una contraofensiva que, en una primera fase, cabe suponer que pretende expulsar a las tropas invasoras hasta la orilla oriental de Dniéper. Una acción que muestra la creciente voluntad y capacidad de las fuerzas ucranianas, con el cada vez más claro apoyo occidental en armamento sofisticado, de pasar de una actitud obligadamente defensiva a otra ofensiva. Los primeros datos de dicha ofensiva dan a entender que las tropas rusas están retrocediendo en algunos puntos de la región, sin que eso signifique en ningún caso una retirada generalizada.
Pero, simultáneamente, comienzan a difundirse acciones como la explosión de un coche bomba en Melitópol, en el vecino óblast de Zaporiyia, que ha causado apenas heridas a dos personas. En principio podría parecer que es un hecho puntual sin relevancia; pero tiene más sentido interpretarlo como las primeras señales de una resistencia armada al invasor y ocupante. De inmediato Moscú y sus marionetas locales en la ciudad han calificado el acto como un atentado terrorista del que responsabiliza a Kiev, siguiendo un manual tantas veces repetido en tantos otros escenarios similares (sirva Israel como ejemplo). Por el contrario, sin que fuentes oficiales ucranianas hayan tomado aún posición al respecto, no es muy aventurado suponer que esa acción, por minúscula que haya sido, apunta a un plan de resistencia que busca complicar la gestión rusa del territorio ocupado.
Ampliando el foco más allá es inmediato concluir que la guerra en Ucrania va mucho más allá del choque frontal entre fuerzas regulares y que, como tantas veces suele ocurrir cuando el bando más débil trata de sacarse de encima al más poderoso, su mayor conocimiento del terreno y la complicidad de su propia población y de quienes simpatizan con su causa son activos igualmente importantes. Y eso incluye desde los que llevan a cabo sabotajes en la propia Rusia, destruyendo depósitos logísticos, o en Bielorrusia, entorpeciendo el tráfico ferroviario, hasta los que alimentan la guerra de guerrillas en el territorio ocupado.
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