Bandera blanca
Superarse, hoy en día, cansa tanto, tantísimo, que dejarse caer quizá sea de las ideas más lúcidas que podamos tener
Irene Jaume
Librera
Ser realmente conscientes de ello es muy difícil. Por a, por b o por todo el alfabeto entero, lo atribuimos a la normalidad de hoy en día. Porque hoy en día es normal, habitual y ordinario, lo que se ha convertido en anormal, extraño y extraordinario es no oírlo. Dígale ansiedad, bloqueo, angustia, desilusión, saturación, atasco o depresión. La cuestión es que es un goteo constante cada vez más extendido a mi alrededor que acabamos encontrando normal porque vivimos en una sociedad enamorada de la acumulación. Todo debe acumularse: los productos, las experiencias, las personas. Y vamos acumulando tanto y tanto en nombre del éxito y seguir con la rueda que no deja de girar que, como dice Juan Evaristo Valls Boix en ‘Metafísica de la pereza’ (NED Ediciones, 2022), no tenemos fuerzas para rendirnos. Y quizá es lo que deberíamos hacer.
Una buena amiga me decía el otro día que rendirse es valiente. Rendirse, como os quedáis. Da miedo, ¿eh? Porque tenemos asociado que el rendirnos nos lleva a un sitio de no hacer nada, de conformidad, y hoy en día no hacer nada no es que sea impracticable (que también), es que directamente es impensable. No hacer nada: qué fantasía. Sobre todo teniendo en cuenta que todo es mercantilizable y entonces nos acabamos creyendo que somos una especie de emprendedoras y las ‘start-ups’ son nuestras vidas. Sumémosle el individualismo recalcitrante que sufrimos, en el que gritamos a los cuatro vientos a todo el mundo que han de cuidarse y no tenemos tiempo (ni conciencia) de cuidarnos a nosotros mismos. Estamos tan ocupadas en mantener una lucha enconada (no fuera que nos tratáramos bien) por la superación constante que, y vuelvo a Valls Boix, vivimos con vergüenza aquello que podría salvarnos.
Superarse, hoy en día, cansa tanto, tantísimo, que dejarse caer quizá sea de las ideas más lúcidas que podamos tener. Aparcar el ansia y abrazar el retiro. Dejar de vernos como nuestra peor competidora y cooperar con nosotros mismos. Sacar la bandera blanca a pasear para reivindicar otra vida entre tantos muertos vivientes.
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