Artículo de Jordi Alberich

El puerto de Shanghai

La paralización del mayor puerto del mundo en tráfico de contenedores muestra la fragilidad sobre la que se sustenta la actual globalización

China confina Shanghái.

China confina Shanghái. / Agencia ATLAS / Foto: EFE

Jordi Alberich

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Desde hace unas semanas, el puerto de Shanghai, el mayor del mundo en movimiento de contenedores, se halla prácticamente paralizado como consecuencia de un brote de coronavirus, que ha llevado a las autoridades chinas a decretar un confinamiento muy estricto. Dicha parálisis ya incide directamente en cadenas de producción de empresas europeas y, de persistir unas semanas, puede forzar su paralización por falta de componentes. Pese a su trascendencia, lo más relevante no son tanto las consecuencias directas del cierre portuario como extraer algunas lecciones que nos sirvan ante esta nueva etapa que iniciamos y que algunos denominan reglobalización.

Así, convendría aparcar de una vez por todas la fascinación que el autoritarismo chino aún despierta en parte de la sociedad occidental, y que se acrecentó a la vista de su gestión de la pandemia. Al final, resulta que los europeos la hemos gestionado con una mezcla decente de libertad y rigor sanitario, mientras que el despotismo con el que las autoridades chinas tratan a sus ciudadanos no ha servido para evitar un nuevo descalabro. 

A su vez, la paralización de Shanghai es el último de un sinfín de sucesos que muestran la fragilidad sobre la que se sustenta la actual globalización. Una apertura tan radical de los flujos económicos solo puede resultar sostenible de estar muy bien regulada o de darse entre iguales. Nada de ello ha sucedido, pues la diversidad es enorme y la regulación conjunta muy escasa.

Pese a estas enormes limitaciones, se optó por situar la reducción sistemática de costes como el fin último de la economía, ubicando la producción donde se garantizara el precio más bajo. Ello ha llevado al absurdo de depender totalmente de componentes que se producen a muchos miles de kilómetros, confiando que ninguna incidencia pueda quebrar la perfecta fluidez de la fabricación y la logística. Una mezcla de soberbia e ingenuidad que se ha dado de bruces con la realidad. Y esto no ha hecho más que empezar.

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