Artículo de Joaquín Rábago

¿Poner fin a la guerra o acabar con Putin?

Detener el conflicto de Ucrania, habida cuenta de la diferencia de potencial humano y militar entre el ocupante y el país ocupado, pasa necesariamente por llegar a dolorosos compromisos

Ucrania

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Joaquín Rábago

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No está del todo claro cuál es el objetivo de la OTAN, es decir, de Washington, si poner fin a una guerra ilegal que está destrozando materialmente un país o intentar acabar con el agresor, Vladímir Putin.

Quienes defienden lo segundo nos alertan continuamente de que si se permite a Putin salirse esta vez con la suya, como se hizo con la anexión de Crimea, la próxima víctima será toda Europa pues no habrá ya quien pare al autócrata ruso.

Es un argumento cuya lógica no acaba de entenderse. ¿Cómo iba Putin, por loco que esté, a intentar ocupar ningún país de la OTAN si ha tenido que retirarse con el rabo entre las piernas incluso del oeste de Ucrania?

Como explica el nonagenario lingüista y activista estadounidense Noam Chomsky, “por monstruoso que sea, no creo que Putin esté interesado en una guerra directa con la OTAN, que equivaldría a la destrucción mutua asegurada”.

Es, sin embargo, el argumento que parecen tener en cuenta ahora finlandeses y suecos cuando hablan de renunciar a su neutralidad de los años de la guerra fría para colocarse bajo el escudo protector de la Alianza Atlántica.

¿Creen acaso que Putin iba a cometer la locura de ocupar militarmente sus países? Rusia tiene, eso sí, armamento capaz de destruir totalmente Finlandia o Suecia, que no es lo mismo que ocuparlos. 

¿No se aumentarían así, lejos de alejarlas, las probabilidades de un ataque a Europa con el armamento nuclear, lo que significaría el comienzo de la Tercera Guerra Mundial? 

El problema de fondo es si de lo que se trata es de colocar a Putin contra las cuerdas sin que sepamos cuál podría ser su reacción o si nos interesa acabar cuanto antes esta guerra que está desangrando a un pueblo y debilitando económicamente a toda Europa.

Y acabar esta guerra, habida cuenta de la diferencia de potencial humano y militar entre el ocupante y el país ocupado, por mucho que la OTAN siga armando a este último sin implicarse directamente, pasa necesariamente por llegar a dolorosos compromisos.

La cuestión es si pensamos que Putin es un criminal capaz de cualquier cosa, por lo que hay que acabar con él aunque sea “hasta el último ucraniano”, o si nos interesa sobre todo preservar la vida de millones de ciudadanos de ese país.

De nada han servido hasta ahora las durísimas sanciones decididas por Occidente contra Rusia como tampoco los intentos de introducir una cuña entre Rusia y China.

El gigante asiático solo puede ganar con este conflicto ya que la debilidad de la economía rusa le asegura importantes ventajas en la compra de alimentos y materias primas del país vecino.

Rusia puede seguir financiando la guerra con Ucrania con el petróleo que vende a Europa, y hay quien propone por ello deducir al menos un 20% de la factura que pagan los europeos a la empresa estatal Gazprom para dedicarlo a un fondo de compensación para Ucrania.

Es dudoso que ello pudiera llevar al Kremlin a cambiar de comportamiento: Putin tiene que ofrecer a sus compatriotas algo que justifique una desastrosa intervención militar que se ha llevado también la vida de miles de soldados rusos.

Ni Putin ni su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, pueden aparecer ante sus pueblos como perdedores. ¿No habría llegado en cualquier caso el momento de volver a los acuerdos de Minsk?

Pero ¿lo iba a permitir sin más Washington, que siempre vio con recelo esos acuerdos pacientemente negociados en su día por Kiev y Moscú con los gobiernos de París y Berlín?

¿No vale la pena la neutralidad de Ucrania que siempre ha reclamado Rusia, con garantías de que este país no volverá nunca a atacar a su vecino y un estatuto especial de autonomía para las regiones rusófonas en el marco de un Estado federal, incluso dejando fuera de momento a Crimea?  

Pero, aunque Kiev finalmente se aviniese a ello, lo que parece difícil dada la oposición de Washington, ¿lo aceptaría ahora un Putin que parece decidido a ocupar militarmente todo el este de Ucrania y provocar la división del país? ¡Malos tiempos para la diplomacia!

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