Artículo de Rosa Ribas

Los souvenirs de Barcelona

Los visitantes extranjeros te hacen ver tu ciudad a través de sus ojos; los acompañas atenta al modo en que reaccionan a los lugares

Barcelona 15/04/2022 Turistas en Barcelona El turismo vuelve a Barcelona después de la pandemia. En la foto, turistas en la Rambla Foto de Ferran Nadeu

Barcelona 15/04/2022 Turistas en Barcelona El turismo vuelve a Barcelona después de la pandemia. En la foto, turistas en la Rambla Foto de Ferran Nadeu / Ferran Nadeu

Rosa Ribas

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Cuando ustedes lean estas líneas, ya habrán terminado las vacaciones de Semana Santa. Supongo que muchos las habrán aprovechado para viajar, aunque no sea muy lejos. Había ganas, ¿verdad?  

Nosotros nos hemos quedado en Barcelona y hemos sido anfitriones de amigos alemanes. Desde que vivo en Barcelona recibo muchas visitas, por lo que se empieza a confirmar mi sospecha de que esta ciudad resulta bastante más atractiva que Frankfurt. No, lo de Frankfurt no es por echar sal en la herida reciente, es que realmente viví allí. Muchos amigos pasaron a vernos, algunos varias veces. Pero es que aquí casi tenemos lista de espera.  

Es fantástico recibir amigos que vienen de otros países. Sobre todo, porque son amigos. Pero también porque los visitantes extranjeros te hacen ver tu ciudad a través de sus ojos; los acompañas atenta al modo en que reaccionan a los lugares. Quieres, por supuesto, que tu ciudad les guste, por eso, aunque vivo cerca, esquivo la estación de Sants y los dos plazas a las que da. Si llegan en tren, hago todo lo que puedo para borrar la sensación de no ser bienvenidos que transmiten esas dos plazas duras, desangeladas, que compiten entre ellas en el grado de abandono y desolación. La plaza del Països Catalans es un paisaje posapocalíptico y Joan Peiró no se merecía algo así. 

Con los visitantes vuelves a lugares que tenías algo abandonados por el simpe hecho de que los sabes a mano, entras en museos que dejabas de lado porque te parecen trillados, para descubrir que por algún motivo son tan apreciados. Aunque, en otros casos, también te reafirmas en las razones por las que dejaste de pisar determinadas calles. Pero también hay que poner a prueba y refrescar los prejuicios y las fobias. 

A los visitantes los llevas a probar comidas nuevas en horarios que les parecen algo extravagantes, pero que aceptan. Te explican sus 'descubrimientos', sus encuentros y encontronazos, sus éxitos y sus choques culturales. Los relatos de los visitantes te cuentan tu ciudad, la arrancan de la rutina de la cotidianeidad y la hacen otra vez fresca y fascinante. 

Los visitantes cumplen, por supuesto, con una costumbre que es parte inseparable del viaje: llevarse algo. Ya lo hacían los viajeros antiguos para demostrar que habían estado donde decían: una piedra curiosa, un animal, un objeto exótico, una prenda de ropa… Más o menos como hoy, con la diferencia de que actualmente existe toda una industria dedicada a producir estos 'certificados' de viaje. Imanes de nevera, figuritas, camisetas, gorritas, postales, lápices, llaveros, reproducciones de obras de arte, tazas… la lista de los objetos destinados a recordarnos el viaje es tan larga como la imaginación de los creadores de objetos inútiles. Algo extraño pasa en las cabezas, una especie de embriaguez del lugar que hace que pensemos que queremos ver esos objetos en nuestra casa. Por eso, a la vuelta, la mayoría son carne de cajón o de mercadillo de segunda mano. 

¿Y si nos llevamos algo comestible? Parece una buena idea reproducir en casa los sabores del viaje. Encima es fungible. Pero vuelves a casa con paquetes de productos que disfrutaste en el viaje y descubres que el café que sabía tan bien en Puerto Rico no sabe igual, la pasta perfecta en Roma no sale bien en tu olla, las delicadas especias de Tánger ya no saben igual… Le puedes echar la culpa al cambio de agua, algo bastante lógico si vives en la provincia de Barcelona. Te puedes decir que la cafetera era mejor allí, las ollas de otro material, la cocina de gas, las especias habrán cogido humedad. Pero la respuesta es, en mi opinión, mucho más simple: no saben igual porque no estás allí

Sinceramente, me alegro de que sea así. Nuestros amigos se han llevado el vermut que tanto les gustó aquí, el jamón que tanto les gustó aquí, el queso que tanto les gustó aquí. Estoy segura de que cuando lo beban o lo coman en su casa, seguirán siendo buenos productos, pero les sabrán distinto. A cada trago, a cada bocado percibirán más diferencias respecto a cómo les sabía todo aquí. Cada día un poco más, hasta que comprenderán la razón profunda del cambio de sabor: la distancia. Estaba más rico en Barcelona, pensarán. Y, como ya he dicho sin ocultar un ápice mi egoísmo, yo me alegraré. Porque quiero que vuelvan

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