Artículo de Miqui Otero

El Mago Merlín muere en una residencia

Las leyendas sobre él eran muchas, pero no es momento de detallarlas. Si la magia no existe, entonces es mago quien se cree mago

Manuel Montero, mago Merlín

Manuel Montero, mago Merlín / Carlos Mora/Agefotostock

Miqui Otero

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A veces nos da una pena tremenda que muera un personaje de ficción. 

Oscar Wilde, por ejemplo, contaba que el peor drama de su vida había sido la muerte de Lucien de Rubempré, protagonista de la novela 'Las ilusiones perdidas'. A mí, sin su ánimo provocador y con más razones sentimentales, me ha puesto rotundamente triste saber que ha muerto el Mago Merlín, protagonista artúrico reinventado por Álvaro Cunqueiro.

Porque el Mago Merlín ha muerto a los 94 años, hojeando libros antiguos y periódicos viejos, en una residencia de Foz. En realidad el Mago Merlín no era el Mago Merlín, sino Manuel Montero, un librero de Mondoñedo que se pasó media vida encarnando al personaje por las calles de este pueblo. Pero, como dice Ramón Loureiro en 'La Voz de Galicia': “Borges decía que Alonso Quijano quiso ser Don Quijote y lo fue algunas veces” y lo mismo sucede con él.

Que Mondoñedo es mágico lo demuestra el hecho de tener catedral pese a contar (en todo su municipio) con algo más de 3.000 habitantes. También ese olor a leña de eucalipto y pan de centeno (ya decía Cunqueiro, nacido allí, que la lengua “debe oler a pan, a pan recién horneado”). O todas esas casas de granito y pizarra tapizadas de musgo. Pero, sobre todo, al hecho de que contaba con un Rey y un Mago. Yo, que pasaba parte de mis veranos allí, los conocí a ambos.

El Rey era el Rey de las tartas, que entraba en la taberna de mis tíos, donde yo aprendía a sumar con los cambios, con su bigote de herradura. En la galería de fotos de su pastelería (justo frente a A Paula, mi bar familiar) posaba con Julio Iglesias, Sabrina o Torrente Ballester. Quizás lo conozcan por sus apariciones en el 'Un, dos, tres', aunque siempre mostró sus artes: en las ferias, se tiraba a la piscina vestido de cocinero para acaparar los titulares del día siguiente o atraía un niño ofreciéndole magdalenas y así la megafonía se pasaba un buen rato diciendo que los padres lo recogieran en su caseta (publicidad gratuita). Cuando murió, quedaron la Reina y el Príncipe. 

El Mago, que acaba de fallecer, solía pasearse con sombrero en punta o turbante, cayado con una paloma ensartada o báculo tocado por cabeza de jíbaro, túnicas púrpura y capa de terciopelo negro. Era un librero que había conocido a Álvaro Cunqueiro cuando este regresó a su pueblo para vivir en casa de su hermana, frente a la catedral. 

Allí escribió, entre otras, una obra maestra: 'Merlín y familia'. Cocinaba una literatura imposible donde compartían olla arrieros maragatos y Simbad, pastores gallegos y Ulises. Aparece un espejo veneciano donde se puede ver el futuro, con la particularidad de que mezcla realidad y fantasía (como hacemos cuando recordamos, soñamos y escribimos). El Diablo se tira pedos perfumados y un galán portugués convertido en gallo la lía en un gallinero.  

Merlín Montero hablaba con peregrinos o turistas y los invitaba a su casa museo, donde había 'monicreques', planchas, libros de ocultismo y ovnis y gastronomía. A mi primo Sergio le decía que lo veía como a un esquiador, que le encantaría admirarlo bajando una colina nevada. Las leyendas sobre él eran muchas, pero no es momento de detallarlas. Si la magia no existe, entonces es mago quien se cree mago.

Supongo que no echo en falta a ese personaje real y de ficción. Añoro a otros seres queridos en residencias. Las tapas de tortilla maciza, la playa hasta las siete (cuando se servían), el pigmeo con bandeja. La magia de las propinas y las propinas de magia. El Rey y el Mago y, sobre todo, la familia. Poder no ya revivir eso, sino recordarlo sin que duela.

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