UN SOFÁ EN EL CÉSPED

Los versos más tristes

Un sector del Camp Nou ocupado por aficionados alemanes del Eintracht.

Un sector del Camp Nou ocupado por aficionados alemanes del Eintracht. / Jordi Cotrina

Josep Maria Fonalleras

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Estuve hablando con Albert Om, en su programa Islàndia, mientras veíamos, al fondo de la Diagonal, cómo la marabunta rugía, en un espectáculo insólito que, primero, nos sorprendió, rodeados en un laberinto de calles cortadas en una Barcelona desconcertada, y que después nos indignó, al comprobar, en el estadio, que no jugábamos en casa, que, como mucho, estábamos en una final con las entradas repartidas entre aficiones, una final que, de hecho, es lo que significaba para el Eintracht y no para el Barça, porque jugar unos cuartos de la Europa League era como comer un bocadillo de mortadela industrial después de haber estado en El Celler de Can Roca. Albert me preguntó – era Jueves Santo – si el partido se presentaba como un Viernes de sufrimiento y dolor o como un día de Pascua. Le dije que se parecía al Sábado de Gloria, a la expectativa de una resurrección anunciada y siempre cumplida.

Tres horas después, me envió un mensaje: “Pues, en un giro de guion inesperado, resulta que al final no resucita”. Le confesé que, con el amigo con el que había ido al Camp Nou, habíamos huido (¡huido!) diez minutos antes de acabar. Nunca lo hago. Él tampoco, pero también me dijo que hizo lo mismo. ¿Por qué? Porque fue insoportable, deprimente, tristísimo. Y no queríamos asistir a la traca definitiva de las hormigas que rugían como leones y que, como dice el diccionario, "devoraban a su paso todo lo que encontraban" y entraban en casa sin miramientos, mientras los barcelonistas, con una desolación sorda y apagada , éramos testigos de la jornada más triste de la historia del Camp Nou. Los de Spotify, para conmemorar la noche de la vergüenza, pueden poner como favorita esa versión que Joan Manuel Serrat hizo de Pablo Neruda: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche; pensar que no la tengo, sentir que la he perdido”.

Todavía no puedo quitarme de la cabeza el aniquilamiento que vivimos el jueves. No sólo deportivo (que esto siempre es una posibilidad), sino anímico, de las esencias (que esto no debería contemplarse jamás). Fui testigo de todo eso. Alemanes enfervorizados en tribuna, de pie, insolentes, agresivos, dueños del terreno, fumando, sin mascarillas, riendo de nuestra desgracia. Cuando nos marchamos, un grupo nos dijo “adiós, adiós” con socarronería siniestra. No dijimos nada.

Abandonamos aquella pesadilla, la marabunta que todo se lo comía. Por si sirve para engrosar el dossier que debe explicar la hecatombe, uno de esos personajes me enseñó la entrada (impresa, código de barras, todo en orden) que le había costado 635 euros. Debía de ser de un touroperador de esos que revenden a precios de oro. Estamos ante dejadeces individuales, ineptitudes institucionales y mafias. No sé cómo se puede arreglar, pero que piensen en dos niños con camiseta azulgrana, 8 o 9 años, que vi cómo se enfrentaban a los espasmos de uno de esos energúmenos con una antigua dignidad culé. Que piensen en ello.

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