Un sofá en el césped
Lo raro y lo sublime
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Hay domingos en que los dioses polideportivos deciden que no te muevas del sofá. Si, además, ocurre que en Francia eligen presidente entre uno de derechas y otra de más de derechas todavía, entonces ya no te levantes si no es para mear o para prepararte un bocadillo de camembert.
Este domingo fue uno de esos domingos, con la guinda final de uno de los partidos más raros que recuerdo, no solo por los insólitos tres penaltis en contra del Barça, sino por la variaciones del guion en la segunda parte de una trepidante segunda parte, que lo fue no por el juego (apenas diez minutos de jugadas trenzadas), sino por el vaivén del marcador, que parecía definitivo cuando no lo era y muchas otras cosas por el estilo. No es normal que se junten tantos eventos en un espacio tan reducido, aunque mientras acabo de escribir esta crónica todavía está por decidir el Masters de Augusta, que es una de las estrellas de la tarde-noche.
Márquez, la Premier...
Hemos tenido las motos, con Marc Márquez remontando lo indecible y lo imposible, y (permítanme la ración de periodista nacido en Girona) el fracaso de los de Michel en su intento de alcanzar a los primeros de Segunda, y, después, dos platos fuertes: el City-Liverpool y el clásico de la Liga de baloncesto, que no era determinante, de acuerdo, pero que fue emocionante hasta la eclosión azulgrana en la prórroga. Tendríamos que estar hablando solo del duelo entre los líderes de la Premier, sencillamente porque fue un partidazo, un toma y daca de aúpa, uno de esos partidos que te miras embelesado, todos al ataque, todos al máximo de potencia durante los noventa minutos.
Recuerdo aquellos tiempos en los que nos gustaba decir que el Barça jugaba a otro deporte, que aquello no era fútbol sino otra cosa o que, en cualquier caso, si conveníamos en llamarle así, deberíamos concluir que los demás no jugaban a lo mismo. Pues eso. El City i el Liverpool están en otra dimensión, que se resume en el robusto abrazo que se dieron Pep Guardiola y Jürgen Klopp al final, como diciéndose y diciendo al mundo: vaya festival que les hemos montado.
Aplausos a Woods
Y después resulta que tienes que ver un Levante-Barça. De lo sublime a lo raro. En la primera parte porque los de Xavi parecía que hicieran caso al novelista Ferran Torrent que, puestos a elegir, prefería un triunfo del Levante (por lo de salvarse) antes que una victoria inútil del Barça en pos de una Liga que ya es del Madrid. Sin alma, sin ímpetu. Después, vinieron los tres penaltis y diez minutos de locura y un poco de calma y otros cinco minutos más locos aún.
Un amigo me escribió un mensaje que decía: “Todavía no sé por qué hemos ganado”. Confieso que yo tampoco. Después de una tarde tan intensa, con Le Pen dando alas a un fascismo ya instalado, ¡Dios mío!, en la normalidad democrática, me refugio en el golf, que es relajante y se ven vistas y campos verdes y donde todos aplauden a Tiger Woods, caminado cojo, resucitado de entre los muertos.
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